En una época de polarización política y conversaciones políticas tóxicas, es muy fácil ser influenciado por la conducta del mundo. Es probable que estemos de acuerdo con cualquier cosa que haga eco de nuestros propios puntos de vista. No escasean los comentarios cínicos, el acoso de los medios de comunicación, las publicaciones en las redes sociales o la sátira política mordaz que se burla de los que están en el poder. Con frecuencia se cree que los que están en el ojo público son un blanco legítimo para tales ataques. Forma parte de un desprecio más amplio hacia la autoridad en el seno de nuestra cultura. Es probable que los comentarios políticos alimentados por la frustración, la ira o el escarnio lleguen muy lejos hoy en día. Podemos estar de acuerdo con algunos de nuestros gobernantes y estar profundamente en desacuerdo con el resto. Es poco probable que estemos de acuerdo con todos ellos en todo momento. Podemos sentirnos frustrados a causa de ellos o enfadarnos por sus palabras, acciones o decisiones. Sin embargo, ¿cómo deberíamos reaccionar nosotros?
Uno podría sentir tal sensación de oposición a un gobernante y sus políticas que podría generar un sentimiento de odio. Los apodos crueles, el escarnio y el lenguaje despectivo podrían abundar. Se pueden difundir cosas que no están absolutamente comprobadas como hechos, sin embargo, casi podríamos sentir que queremos que sean ciertas debido a nuestra profunda oposición. Las personas pueden dejarse llevar por la emoción en lugar de detenerse a reflexionar sobre sus responsabilidades. Tenemos que parar y entrar en razón.
Quizás necesitamos pensar cuidadosamente un poco más sobre el rol que tienen los gobernantes en la sociedad. La Biblia deja claro que merecen nuestro respeto y oraciones (Romanos 13:6-7; 1 Timoteo 2:1-2). ¿Estamos tan dispuestos a orar por nuestros gobernantes así como estamos dispuestos a quejarnos de ellos? Son muchos los deberes que tenemos con nuestros gobernantes. El Catecismo Mayor muestra cómo este problema está vinculado con el quinto mandamiento. Para algunos esto es sorprendente porque solo piensan que el quinto mandamiento se relaciona con el deber hacia nuestros padres (Éxodo 20:12). Pero el Catecismo Mayor va más allá (P124). Significa no solo nuestros «padres naturales» sino todos aquellos que «por las ordenanzas de Dios, están sobre nosotros en un lugar de autoridad».
Esto se relaciona con la autoridad que Dios ha puesto en la Iglesia. Por ejemplo, Pablo a menudo habla de sí mismo en el rol de un padre para las congregaciones (1 Tesalonicenses 2:11-12; 1 Corintios 4:14-15; Gálatas 4:19). Los siervos de Dios en el Antiguo Testamento a menudo también fueron honrados de esta manera (2 Reyes 2:12; 2 Reyes 13:14). Pero a los gobernantes de las naciones y sociedades también se les llama padres (Isaías 49:23). La autoridad es una gran bendición ordenada por Dios para la sociedad y para la familia (que es en sí misma el fundamento de la sociedad). Por supuesto, en un caso es natural y para toda la vida, y en el otro es social y temporal. No obstante, el grado de lealtad y apoyo que un hijo le debe a sus padres no es idéntico al que una persona le debe al Estado. Aunque la comprensión paterna de la autoridad es útil porque explica que todas las relaciones de autoridad deben estar marcadas por el respeto mutuo y el amor en el contexto de sus obligaciones.
De ninguna manera estamos sugiriendo que los gobernantes nunca deben ser criticados ni confrontados. Más bien, estamos explorando lo que la Biblia dice sobre nuestra actitud general hacia los gobernantes, y cómo y cuándo debemos expresar nuestra disidencia y oposición.
1. ¿Cómo Debemos Tratar a Nuestros Gobernantes?
Debemos tratarlos con el debido respeto. Aquellos que tienen autoridad sobre nosotros deben ser honrados (Romanos 13:7; 1 Pedro 2:17). Esa honra debe ser con nuestros pensamientos (Eclesiastés 10:20), palabras (2 Pedro 2:10) y acciones (Eclesiastés 8:2; 1 Pedro 2:13-14; Romanos 13:1-7). Esto incluye darle cumplimiento a todo lo que ellos requieran que sea lícito de acuerdo a la Palabra de Dios (Mateo 22:21). Honrarlos también incluye orar por ellos y expresar agradecimiento por su papel (Nehemías 2:3; 1 Timoteo 2:1-2). También se nos puede requerir que los protejamos en ciertas circunstancias (1 Samuel 26:15-16; Ester 6:2).
2. ¿Cómo No Debemos Tratar a Nuestros Gobernantes?
Debemos evitar mostrar una actitud de envidia (Números 16:1-3), de rebelión injustificada (2 Samuel 15:1-12) o de desprecio (1 Samuel 8:7; 1 Samuel 10:27). Debemos evitar hablar mal de ellos (Tito 3:1-2).
Hay rebeliones que se justifican, pero no a causa del menor abuso de poder ni por algún asunto que nos desagrade. La gente debe padecer un tiempo prolongado antes de dar el paso a la revolución en defensa propia, y al mismo tiempo deben utilizar todos los medios legales y no violentos de resarcimiento. Cuando se resisten, no se resisten al cargo, sino a la persona que ocupa el cargo que ha excedido los límites del poder para dicho cargo.
3. ¿Debemos Obedecer Cualquier Cosa Contraria a la Ley de Dios?
Nunca será nuestro deber obedecer algún mandamiento que sea contrario a la ley de Dios (Hechos 4:19; Daniel 6:13). Más bien, deben ser resistidos y desobedecidos (Hechos 5:28-29; Éxodo 1:17; Jeremías 1:16-18; 1 Samuel 22:17). Ninguna orden contraria a la ley de Dios tiene autoridad. Cuando cualquier gobernante exige algo contrario a la ley de Dios, está excediendo los límites de su autoridad. La autoridad de tales leyes no proviene de Dios, sino que es concebida por el «trono de las iniquidades» (Salmo 94:20). Sin embargo, donde sea que resistamos, debemos hacerlo con mansedumbre y humildad tanto como sea posible (1 Pedro 3:15). No debemos tenerle miedo a gobernantes malvados ni a sus órdenes malvadas tampoco (Hebreos 11:23 y 27). A veces es necesario preservar nuestra vida de los gobernantes tiránicos (1 Samuel 21:10; 1 Reyes 19:3). Pero necesitamos discernimiento sobre cómo actuar en situaciones en las que podemos sentirnos amenazados (Eclesiastés 10:4).
4. ¿Qué Hacemos Cuando No Estamos De Acuerdo Con Ellos?
Puede ser difícil respetar a algunos políticos. De hecho, los gobernantes a veces no merecen nuestro respeto (2 Reyes 3:14; 1 Samuel 15:35) y debemos negárselo. Pero no debe hacerse precipitadamente ni en un arrebato de pasión (Eclesiastés 8:3). Debemos reconocer la gran responsabilidad y dificultad de su rol. La paciencia y la tolerancia se pueden requerir en algunos momentos. Es fácil para algunos en ciertas circunstancias cometer errores y decir cosas carentes de juicio. A veces debemos dar el beneficio de la duda y ser caritativos, otras veces no debemos. Hemos leído de algún mal gobierno, descrito más cautelosamente como «un error» (Eclesiastés 10:5). Puede que tenga ciertas flaquezas o «debilidades» (como las describe el Catecismo Mayor) con las cuales debemos ser pacientes. También debemos ser cautelosos con nuestro lenguaje, moderando la manera en que expresamos nuestra desaprobación y disensión por respeto al cargo del gobernante. Cuando protestemos contra ellos o los desafiemos, debemos hacerlo de manera respetuosa. Se requiere una gran sabiduría pues hay un momento para hablar y otro para callar. Quizás haya ocasiones en que debamos llorar y orar en secreto (Amós 5:13).
5. ¿Qué Hacemos Con Sus Pecados?
El Catecismo Mayor da un resumen muy completo de los deberes que se exigen a los gobernantes y que son comúnmente desatendidos (P129). También se incluyen los pecados que son demasiado familiares en aquellos que ejercen el poder (P130). Puede haber pecado y abuso de poder en los gobernantes y no debemos hacer la vista gorda (Eclesiastés 10:5-6). No debemos excusar sus faltas más que a otros (Marcos 6:18). El pecado y el disparate deben ser señalados (Hechos 4:8-10; Isaías 5:23). A menudo es necesario resistir a un gobernante en estas cosas (2 Samuel 24:3; 2 Crónicas 26:18; 2 Samuel 19:5; 1 Samuel 14:2). Su pecado a menudo debe ser reprendido públicamente debido a su posición de influencia (1 Timoteo 5:20). Los profetas a menudo tenían que hacer esto. Las acciones y decisiones pecaminosas de los gobernantes pueden tener consecuencias duraderas para una nación (1 Reyes 14:16). Es una gran plaga para una nación tener gobernantes que son malvados (Salmo 12:8). Podemos orar y hablar en contra de sus pecados y podemos orar para que sean guiados al arrepentimiento. Pero debemos tener cuidado de no ser tentados a tener un espíritu pecaminoso hacia ellos (Eclesiastés 10:20). La venganza pertenece al Señor (Romanos 12:19).
Conclusión
No podemos esperar responder a todas las situaciones difíciles que pueden surgir en diversos contextos en un artículo tan breve como este. No se trata de aprobar las acciones de determinados gobernantes. Sin embargo, aquí debería haber suficiente luz para que reflexionemos más sobre nuestra actitud. No debemos seguir el ejemplo del mundo en cuanto a nuestro compromiso con la política y con nuestros gobernantes. Ser sal y luz significa mostrar una actitud de gracia en estos asuntos. Sin duda, deberíamos preocuparnos por la forma en que se gobierna la nación y expresar nuestra opinión, pero ésta no debe estar influenciada por la virulencia que caracteriza comúnmente la conversación política. Es un gran reto. ¿Cómo ora por los gobernantes que usted considera están contribuyendo a la destrucción moral de su país? ¿Cómo expresa usted un poco de agradecimiento por ellos? Es muy complejo y requiere una sabiduría que no poseemos. Debemos buscarla en Dios.