Hemos escuchado acerca del declive del cristianismo, el de la asistencia a la iglesia y también el de la influencia cristiana. Todos estos aspectos son temas de discusión y debate. Sin embargo, el declive de la Iglesia y el aumento de la presión sobre ella son evidentes. Las presiones sociales y culturales, y una revolución moral que establece la agenda, parecen colocar a la iglesia continuamente en desventaja. Incluso el desafío de cómo comunicar el evangelio en un mundo donde la gente piensa erróneamente que éste ya no tiene sentido. Cuando nos centramos en problemas, presiones y actividades loables, existe el riesgo potencial de un declive interno. ¿Acaso ha habido una disminución de la vida cristiana en su corazón y en el mío? Es fácil caer en la tentación de ser consumido por la actividad externa en lugar de ser motivado por el amor y la gracia interior. ¿Qué tal si nuestras almas han comenzado a marchitarse y apenas nos hemos dado cuenta? ¿Cómo lo sabríamos? Más importante aún, ¿cómo podemos recuperarnos de una condición en declive?
Cristo le dice a Su pueblo cuyas almas se están marchitando, que estén vigilantes y despiertos (Apocalipsis 3:2). Este es el primer paso para reavivar un alma marchita. Como dice Obadiah Sedgewick, no puede haber «ninguna reforma sin una reflexión diligente y seria». Los que estaban en Sardis estaban en un estado de muerte. Los poderes de la verdad y la gracia eran extremadamente débiles y parecían estar expirando. Había cosas «que estaban listas para morir». La vida espiritual necesita ser fortalecida en tal condición de muerte. Exteriormente las cosas parecían estar bien a ojos de los demás. Pero eran imperfectas e incompletas ante Dios. La condición de ellos requería hacer memoria y arrepentirse. Obadiah Sedgewick (un miembro de la Asamblea de Westminster) explica las implicaciones de las exhortaciones de Cristo en este extracto actualizado.
1. ¿Cómo se Marchitan Nuestras Almas?
(a) En Nuestra Profesión. Las hojas de nuestra profesión pueden marchitarse cuando no tenemos ni el celo ni la diligencia de antes por estar en los cultos de adoración. Podemos volvernos tan descuidados en esto como para convertirnos en una especie de extraño para Dios.
(b) En Nuestra Conversación. Puede que ya no nos deleitemos de estar con el pueblo de Dios. Cuando estamos con ellos, evitamos conversaciones provechosas acerca del cielo y la santidad.
(c) En Nuestros Afectos. Cristo les dice a los efesios que ellos habían dejado su primer amor (Apocalipsis 2:4). Pablo habló de un enfriamiento similar en el grado de amor durante el declive de los gálatas (Gálatas 4:15).
(d) En Nuestra Obediencia. Obedecemos a Dios ocasionalmente, de forma dispersa o con una especie de formalismo frío y descuidado. Antes, ningún lapso de tiempo era demasiado largo y ninguna excusa era suficiente para desatender el servicio a Dios. La oración no satisfacía sin los gemidos de dolor del espíritu y sin la más ferviente lucha con Dios. Pero ahora la oración y otras actividades espirituales son como un pulso que apenas se siente. las meras palabras y solo hacer la actividad son suficiente.
(e) En Nuestro Entendimiento. Anteriormente, nuestra mente se complacía al meditar acerca de Dios y Cristo, las verdades y los caminos divinos. Ahora estamos ocupados con cosas vacías y transitorias. Estas llenan tanto el alma que se vuelve casi ajena a las meditaciones santas. Casi ha perdido su apetencia por los pensamientos profundos acerca de Dios, Cristo y la salvación.
(f) En Nuestros Dones y Habilidades. Éstos se oxidan y desafilan porque queremos estar cómodos y no los usamos correctamente o los enfocamos en cosas mundanas.
(g) En Nuestras Gracias. Lo peor de todo es cuando estamos muriendo en nuestras gracias. La salud física puede ir y venir y así puede ser con las gracias de un cristiano. Quizás no las mantenemos activas o no las fortalecemos con la actividad espiritual.
2. ¿Por Qué Se Marchitan Nuestras Almas?
(a) Por el Error. Si un veneno entra al cuerpo este se debilita y pone en peligro la vida. Una doctrina errónea puede hacer esto, como lo hizo con las iglesias de Galacia. Cuando el entendimiento se corrompe con cualquier error, la verdad no tiene el mismo poder sobre el alma. Donde la verdad pierde su autoridad, la gracia perderá su fuerza.
(b) Por el Pecado. Así como una herida en el cuerpo nos hace perder sangre y pone en peligro nuestra vida, así también hay cosas que luchan contra el alma y la hieren (1 Pedro 2:11). El pecado no solo hiere la conciencia sino también nuestras gracias. El pecado es a la gracia como el agua es al fuego, nada es más opuesto a la gracia que el pecado. Cuando el pecado entra en los afectos es como una enfermedad que causará inevitablemente una herida mortal a nuestras gracias.
(c) Por el Descuido. Descuidar los alimentos hace que el cuerpo se deteriore. De modo que el pueblo de Dios puede volverse descuidado a través del orgullo espiritual. No se mantienen cerca de la Palabra de vida, ni de la Vida misma [Cristo] por medio de una comunión sincera y constante en la oración. No es de extrañar que se conviertan en moribundos. Así como las plantas viven o mueren, florecen o se pudren con respecto a cómo se benefician del sol, así también sucede con nosotros y Dios.
(d) Por Permitir la Enfermedad Espiritual. Si no se trata la mala salud del cuerpo, ésta puede llegar a ser mortal. A menos que el pecado sea tratado, hará lo mismo con el alma. Un pecado puede llevar a otro. También es posible que el mismo pecado se haga más fuerte. Esto hace que la gracia se marchite.
(e) Por Falta de Autoexamen. Anteriormente nos cuidábamos mucho, pero luego empezamos a pensar que no era tan necesario. Por lo tanto, no vemos cómo está operando el pecado o la gracia. El alma se debilita. No podemos orar como antes, no tenemos el mismo amor hacia Dios y hacia Cristo que teníamos antes. No nos deleitamos en los medios de gracia ni nos lamentamos por el pecado como antes. No hacemos el bien a los demás como antes solíamos hacer. ¿A qué se debe esto? Siempre ha sido cierto que mientras menos se escudriñe el corazón, menos fuerza de la gracia habrá.
(d) Por Falta de Humillación Propia. El ayuno y la oración se han instituido para ayudarnos a preservar toda gracia. Cuando los descuidamos o somos indiferentes a ellos, no podemos tener la misma fuerza contra las corrupciones espirituales. Por lo tanto, caemos en un declive espiritual.
(e) Por La Pereza. Un cristiano perezoso rápidamente demostrará ser un cristiano moribundo. La gracia no ejercitada se debilitará rápidamente y morirá. Es introducida en el alma por el Espíritu de Dios, pero hay medios para mantenerla y fortalecerla. La gracia es como un fuego que debe ser avivado. Aquel que no usa la gracia, rápidamente la perderá o decaerá en ella. Muchos cristianos no incitan sus corazones a creer, a aferrarse a Dios, a invocarle o a caminar delante de Él. No usan su conocimiento, su celo ni su amor por el bien de los que les rodean, incluso por el de aquellos con los que viven. Se juntan pero no se incitan unos a otros a una mayor santidad.
(f) Por Emoción Excesiva. El miedo, la tristeza, la ira, la alegría, la agonía, el deseo o la preocupación en exceso, cualquiera de estos, pueden debilitar la gracia. El deseo por el mundo, el deleite en él, el temor al hombre o la tristeza por las cosas que hemos perdido, pueden perjudicar la gracia.
3. ¿Se Están Marchitando Nuestras Almas?
(a) Examine Su Entendimiento. Anteriormente se hacían grandes esfuerzos por conocer las verdades de Dios y por descubrir los misterios de la salvación. Había una admiración por la santidad y el favor de Dios. Se meditaba dulcemente sobre la voluntad de Dios; la mente estaba preeminentemente ocupada con Dios y Cristo, la gracia, la obediencia y el cielo. ¿Es así ahora? ¿O las cosas mundanas le parecen geniales a sus ojos? ¿Estamos más preocupados por nuestro bien temporal que por nuestro bien espiritual? ¿Son nuestros pensamientos sobre Dios efímeros y breves? ¿Acaso desea conocer a Dios o ver Su favor en Cristo hacia usted? ¿Dónde está ese gran aprecio por las verdades de Dios? ¿Dónde está esa diligencia por conocer la condición de nuestra alma? ¿Dónde está ese dulce deleite que una vez tuvo al saber que Jesucristo era suyo?
(b) Examine Su Voluntad y Sus Afectos. Hubo un tiempo en que su voluntad era dócil y encontraba que obedecer era fácil. Era sumiso a la voluntad divina y alegre en los deberes piadosos. Sus afectos se deleitaban con las promesas de Dios y se extasiaban de amor hacia Cristo. Se preocupaba por agradar al Señor y evitaba ofenderlo. Usted no deseaba nada más que la misericordia de Dios y odiaba todo mal. Pero ahora su voluntad se cansa y es renuente a ser persuadida. A menudo entra en conflicto con la voluntad de Dios. Es lento para prestar atención a los consejos de Dios. Ni las misericordias de Dios ni Sus advertencias tienen el mismo efecto en usted. Se deleita menos en las cosas celestiales, y ya no aborrece el pecado como antes.
(c) Examine Su Corazón y Conciencia. En el pasado la conciencia era rápida para dirigir y frenar. Procuraba una obediencia perfecta. Era sensible contra el mal. No descansaba hasta hallar la paz. ¿Es así ahora? ¿Acaso puede pecar y la conciencia no le acusa? ¿Se ha vuelto somnolienta y casi muerta su conciencia? ¿Puede omitir deberes o hacerlos descuidadamente, o puede pecar y la conciencia no le dice nada ni usted hace nada?
(d) Examine Su Adoración. Cuán preciosos y deleitosos fueron una vez para usted los medios de gracia. Prefería pasar un día en ellos que cien en otras cosas. Hicieron poderosas impresiones en su corazón; lamento, gozo y esperanza. Le ayudaron a vencer el pecado y la tentación, y a tener una mayor diligencia en su caminar con Dios. ¿Es así ahora? ¿La Palabra le amonesta y usted no tiembla? ¿Le promete algo bueno y a usted no le encanta? Si su corazón parece estar muerto eso indica que usted es un alma moribunda.
(e) Examine Su Conversación. ¿Se ha convertido nuestra religión en pura habladuría, criticismo y debate?
(f) Examine Cada Gracia. Cuando todas nuestras gracias son poco activas o inconstantes en general, se produce un declive espiritual. Su fe ya no encomienda las cosas a Dios como antes, su amor no está tan asentado en Cristo como antes. Su paciencia ya no soporta, su tristeza es profunda y su celo se ha enfriado. Si nuestras habilidades físicas disminuyen, es una indicación del declive de la fuerza en el cuerpo. Lo mismo puede decirse de nuestra condición espiritual si cada gracia sobre nosotros no es tan vigorosa como antes.
4. Cómo Recuperar Nuestras Almas Marchitas
Dios infunde la gracia en el alma y también la aumenta y la perfecciona. Fortalecer la gracia significa recuperar la salud del alma. Cristo también hace esta obra, es Él quien debe hacer que nuestras ramas marchitas florezcan de nuevo. Él hace esto despertándonos por medio de la Palabra y no nos deja continuar como estamos. Los ministros también están encargados de velar por el rebaño y de exhortar a los que van por mal camino. Cristo nos da la fuerza y la gracia que nos permite arrepentirnos y orar. Hay una gracia renovada para andar en santidad y recuperar nuestra antigua fuerza de entendimiento santo, de fe, de voluntad, de amor, de deseo, de temor y de obediencia. Sin embargo, también hay medios que los mismos cristianos pueden usar para fortalecer la gracia interior.
(a) Reflexión Profunda. Reflexione seriamente y tómese a pecho su condición. Piense en lo que era antes y lo que es ahora; qué fortaleza tenía entonces, qué debilidad tiene ahora (Salmo 119:59). Considere cuánta gloria tenía Dios en aquel entonces, y cuánta deshonra tiene Dios ahora. Considere qué paz de conciencia tenía antes, y qué heridas en ella tiene ahora.
(b) Confesión. Vaya ante el Señor y caiga ante Su estrado con vergüenza, llanto amargo y lamentos. Confiese su condición.
(c) Resolusión. Resuelva no continuar en su estado de decaimiento, sino que más bien se deshará de todas las causas de éste. Apártese del pecado. Aléjese de la indiferencia y la pereza. Si el mundo ha causado tu decaimiento, decida apartarse de sus encantos.
(d) Reforma. Recuerde de dónde ha caído y haga las primeras obras nuevamente (Apocalipsis 2:4-5). Sumérjase en la oración, la lectura, la meditación, la plática espiritual y el escuchar de nuevo. Avive los carbones y las brasas de la gracia. Aún hay vida en usted, ejercite la fe y el arrepentimiento.
(e) Oración Ferviente. El Señor puede darle la fuerza que usted necesita (Salmo 86:16). Implórele que se apiade y le ayude, que sea su fuerza y su salvación. Procure que Él debilite los pecados que tanto le han debilitado a usted. Pídale que crucifique su corazón al mundo, ese mundo que tanto ha crucificado su corazón a Dios. Él puede aumentar la fuerza a aquellos que están débiles (Isaías 40:29). Él es capaz de reavivar y fortalecer la santidad que Él mismo plantó en su corazón.
(f) Sumisión a la Palabra. Esfuércese por tener un corazón dócil y sumiso a todo lo que el Señor le indique por medio de Su Palabra. Anhele hacer la voluntad de Dios. Coopere con la Palabra recibida cuando haya entrado en su alma y le haya conmovido de alguna manera. Tome nota de las impresiones que el Señor hace en su espíritu por medio de Su Palabra. Incite a su corazón a abrazarlas y a aplicarlas una y otra vez a su conciencia. De esta forma, su débil chispa se convertirá en una flama.
(g) Hallar Cristianos Fuertes. Busque cristianos fuertes y enérgicos que anden en los caminos de la gracia. Si están bien y saben hacer el bien, tendrán corazones para compadecerse de usted, cabezas para guiarle y brazos para sostenerle. Escuche su sabiduría celestial al aconsejarle y sus exhortaciones. Siga el ejemplo de ellos en estrecha comunión con Dios. Será socorrido con las oraciones que ellos hagan por usted.
Conclusión
Es un serio problema cuando nuestras almas están en condición marchita. No podemos simplemente aceptarlo, tenemos que solucionarlo. Es un asunto que Cristo toma muy en serio en las epístolas a las Siete Iglesias de Asia (Apocalipsis 2-3). Este es uno de los varios temas de nuestro nuevo curso de estudio llamado: De Afuera Hacia Adentro. Le ayudará a identificar el problema del declive en el amor y la gracia, y qué podemos hacer -por la gracia de Dios- para regresar de esa condición.