Por alguna razón parece que no hablamos mucho de la ascensión de Cristo al cielo. Es una doctrina clave pero relegada. Lo cual es extraño porque se conecta con la gloria presente y la obra de Cristo. También tiene que ver con la condición actual y las necesidades del pueblo de Dios. Cristo tanto en Su naturaleza humana como divina está entronizado y Su pueblo también está allí espiritualmente (Colosenses 3:3-4). Los dones fluyen del trono del cielo al pueblo de Cristo. Todo lo que necesitamos está asegurado por el hecho de que Cristo está en el cielo intercediendo por nosotros (Hebreos 8:1).
Los dones que fluyen de la ascensión se describen en Efesios 4:8. James Fergusson explica cómo debemos entender y aplicar esto. Él nota cómo Pablo usa el Salmo 68:18 para confirmar lo que había dicho en el versículo 7 acerca de Cristo como el origen y dador de todas las gracias y dones. En esa parte del Salmo, David contempla más allá del arca como un tipo y una sombra, a Cristo la sustancia. Él profetiza de las cosas que vendrán como ya pasadas para resaltar su certeza. Él predice que Cristo ascenderá triunfalmente a lo alto (por encima de todos los cielos, Efesios 4:10). Él llevaría cautiva a la cautividad, habiendo triunfado sobre Sus enemigos por medio de la cruz (Colosenses 2:15). Su ascensión continuaría el triunfo declarando abiertamente que había derrotado por completo a todos los enemigos espirituales de Su Iglesia y Su Reino.
Los conquistadores en sus procesiones triunfales solían llevar a sus enemigos cautivos delante de sus propios carruajes (ver Jueces 5:12). Los conquistadores triunfantes también solían dividir y repartir el botín dando regalos. Pablo hace referencia a esto. Él nos muestra que Cristo, en virtud de Su ascensión, repartió una gran cantidad de dones y bendiciones en Su Iglesia.
1. La Ascensión de Cristo Otorga el Cielo
Nuestro Señor Jesucristo, habiendo terminado la obra que le fue encomendada en la tierra (Juan 17:4), ascendió físicamente al cielo. Él llevó Su naturaleza humana allí arriba (Hechos 1:9-10) para que pudiera ser exaltado en la gloria que tenía antes de que el mundo existiera (Juan 17:5). Él fue a tomar posesión del cielo en nuestro nombre (Efesios 2:6) y preparar un lugar para nosotros (Juan 14:2).
2. La Ascensión de Cristo Otorga la Victoria
Cristo se enfrentó en guerra a favor nuestro contra muchos enemigos fuertes y poderosos, es decir: el diablo, el mundo, el pecado, la muerte y el infierno. Él obtuvo una absoluta y completa victoria sobre todos. Aunque los santos deben tener batallas contra estos (Efesios 6:12), Cristo, la Cabeza de los creyentes está ahora fuera del alcance del peligro de los enemigos, y por consiguiente también lo están los creyentes en su Cabeza. Ellos están fuera de todo peligro también porque ninguno de sus enemigos puede perjudicar su salvación (Romanos 8:35-39). El pecado y Satanás ya no reinan en ellos (Romanos 6:12, 14). La muerte ha perdido su aguijón contra ellos (1 Corintios 15:55), en vez de eso, esta se convierte en un pasaje a la vida (Filipenses 1:23). Él llevó cautiva a la cautividad (o a una multitud de cautivos), estos son aquellos que lucharon contra Él.
La constante oposición de Satanás contra la Iglesia y el Reino de Cristo no surge de la esperanza de prevalecer en esa terrible obra. Viene de su empedernida y ciega malicia contra la salvación de los pecadores, lo cual le conduce a oponerse a ella, aunque sabe que no puede dañarla. Todas sus crueles y maliciosas acciones contra Cristo no lograron nada excepto su propia vergüenza y confusión eterna. Él no pudo evitar saber esto durante la ascensión de Cristo. Cristo mediante Su ascensión declaró abiertamente que había llevado cautiva a la cautividad.
3. La Ascensión de Cristo Otorga Todos los Dones y Gracias
A los dones comunes a veces se les llama gracia (Efesios 3:8) porque son dados libremente (1 Corintios 4:7). Al ver el ejemplo dado en el versículo 11 (de Efesios 4) sobre esta gracia en los dones y oficios del ministerio, es claro que aquí la gracia se refiere principalmente a eso. Es solamente en esos dones y gracias comunes (y no en los salvíficos) que los verdaderos creyentes son esencialmente diferentes. Algunos dones son dados a uno y otros a los demás (1 Corintios 12:8-11). Todos tienen una misma gracia salvífica (2 Pedro 1:1), aunque también difieren en la medida y grado recibido de ella (1 Juan 2:13). En este sentido, incluso es posible que se trate aquí de la gracia salvífica también.
El versículo anterior (Efesios 4:7) habla de «la gracia conforme a la medida del don de Cristo». Todos estos dones de gracia vienen de la misma fuente (Efesios 4:8-12). Todos son dados para el mismo propósito (Efesios 4:13-17). La gracia aquí no significa el favor de Dios o la gracia salvífica como en otros lugares (por ejemplo, Efesios 2:8-9; 2 Pedro 1:3-4). Por el contrario, son los frutos que fluyen de esta gracia salvífica. Él nos enseña que aunque cada verdadero miembro de la Iglesia ha recibido la gracia, puede ser de una manera que difiere a la gracia de los demás. No obstante, todas esas gracias diferentes de los diferentes miembros son dadas por el mismo Cristo. Son recibidas en la medida en que Cristo lo crea conveniente como el Dador que ha de repartir a todos.
Él da a todos algún don y en alguna medida. Por lo tanto, aunque la misma gracia salvífica es dada a todos los que son verdaderamente regenerados, no es dada a todos en la misma medida. Sin embargo, nadie tiene todos los dones o todos los mismos oficios en los cuales pueda ejercer sus dones (versículo 11). El mayor grado de dones y gracias que Dios otorga a cualquiera está muy por debajo de la plenitud de la gracia que está en Cristo (Juan 3:34). Aquellos que han recibido mayor cantidad, son capaces de recibir más. Recibir la gracia de acuerdo a una medida supone que son capaces de recibir más.
Al ascender, Cristo manifestó el bien que había conseguido para aquellos por quienes había muerto. Los dones comunes fueron comprados por Su muerte así como la gracia salvífica. Esto incluye los dones comunes para el bien y la edificación de Su Iglesia (Mateo 7:22-23). Tanto la gracia salvífica como los dones comunes se incluyen aquí en la palabra «dones». En Su ascensión, Él dio estos dones que fueron comprados por Su muerte en mayor medida que antes. Los dio «para los hombres» en general, incluso a los rebeldes (Salmo 68:18).
Conclusión
Estos son sólo algunos de los dones que continuamos recibiendo de la ascensión de Cristo además del don principal del Espíritu Santo. También tenemos el acceso al trono de la gracia para hallar más gracia que nos ayude en tiempos de necesidad (Hebreos 4:16). Estas verdades están bien resumidas en el Catecismo Mayor (P53). Habla de cómo Cristo fue exaltado en Su ascensión ya que Él
en nuestra naturaleza, y como nuestra Cabeza, (Hebreos 6:20) triunfando sobre los enemigos, (Efesios 4:8) visiblemente subió a lo alto de los cielos, para recibir dones para los hombres, (Hechos 1:9-11; Efesios 4:10; Salmo 68:18) para que nosotros podamos poner la mira en las cosas de arriba (Colosenses 3:1-2) y para que Él pudiera prepararnos un lugar para nosotros, (Juan 14:3) allí donde Él mismo está, y seguirá estando hasta Su segunda venida en el final de este mundo (Hechos 3:21).
El Catecismo Mayor P54 también explica cómo Cristo es exaltado en Su posición a la diestra de Dios. Es porque
como Dios-hombre Él fue elevado al más alto favor con Dios el Padre (Filipenses 2:9), con toda plenitud de gozo (Hechos 2:28), de gloria (Juan 17:5), de poder sobre todas las cosas en el cielo y en la tierra (Efesios 1:22; 1 Pedro 3:22); es exaltado al reunir y defender a Su iglesia y subyugar a Sus enemigos, al enriquecer a Su pueblo y a Sus ministros con gracias y dones (Efesios 4:10-12; Salmo 110), y al interceder por ellos (Romanos 8:34).
La ascensión nos recuerda que actualmente Él está sentado a la diestra de la Majestad en las alturas (Hebreos 1:3). Él está allí reinando y esperando hasta que todos Sus enemigos sean puestos por estrado de Sus pies (Hebreos 10:13; 1 Corintios 15:25). Así que esto debe darnos esperanza, aliento y alegría para que podamos estar firmes y siempre abundando en la obra del Señor (1 Corintios 15:58).