Eventos, estrategias, compromisos, principios. Todo parece estar sujeto a cambios en los asuntos humanos, especialmente en la política. Un futuro aún más cambiante parece inevitable a medida que aumenta la incertidumbre. Es un mundo de cambios constantes, implacables y tumultuosos. El cambio tecnológico, el social y el moral, en particular, parecen estar acelerándose. Las cosas que nunca esperábamos ver ahora se consideran normales. Algunos cambios son profundamente preocupantes mientras que otros son buenos. Todo esto hace que tengamos menos confianza y seamos menos optimistas a la hora de predecir el futuro. Pero no existe ninguna razón verdadera para temer si estamos conectados a la realidad inmutable del Dios eterno.
Hugh Binning señala que lo más profundo que podemos decir de Dios es también lo más sencillo. «El Señor da una definición de Sí mismo». Es breve y podríamos pensar que no dice mucho – «YO SOY» (Éxodo 3:14). Cuando las personas buscan su propia exaltación, quieren ser descritas de manera grandiosa y majestuosa para halagarse a sí mismas. Pero hay más majestad en este simple enunciado «YO SOY» que cualquier otro. Es algo que se discierne espiritualmente.
Comparar a Dios con las demás personas y cosas y decir que Él es mejor, le da un significado demasiado grande a todo aquello con lo que lo hemos comparado. Así que, el Señor se define a Sí mismo como «YO SOY», que significa «Yo Soy como si nada más fuese». No dijo: «Yo Soy el más alto, el mejor y el más glorioso que existe». Esto supondría que otras cosas tienen algo de ser y gloria que vale la pena tener en cuenta. Más bien es «Yo Soy, y no hay nadie más; sólo existo Yo». Ninguna otra cosa puede decir: «Yo soy, yo vivo, y no existe nada más». Todo lo demás depende de Dios. Por lo tanto, nada ni nadie aparte de Dios puede decir: «Yo soy». Todas las cosas son sólo gotas prestadas de esa Fuente autosuficiente. Si algo se interpone entre el río y la fuente, éste se interrumpe y se seca.
Observe el profundo misterio de la perfección autosuficiente y absoluta de Dios envuelta en estas cinco letras: YO SOY. Si usted se pregunta, ¿qué es Dios? No hay respuesta mejor que ésta: «YO SOY», o sea, Aquel que es. Si yo quisiera decir que Él es el todopoderoso, el único sabio, el más perfecto, el más glorioso, todo está contenido en esto: «Yo Soy el que Soy». Él es todas esas perfecciones simple, absoluta y únicamente.
Nuestro Dios es Eternamente Inmutable
Él nunca fue la nada y nunca lo será, y siempre podrá decir: «Yo Soy». Dios es eternamente inmutable (Salmo 90:2). Pues bien, esto es precisamente ser; y sólo esto merece el nombre de ser. Todas las generaciones pasadas; ¿dónde están ahora? Fueron, pero ya no lo son. Y nosotros en aquel entonces no éramos, y ahora somos; porque hemos venido en su lugar, y al cabo de un corto tiempo, ¿quién de nosotros podrá decir: «Yo soy»? No, nosotros «volaremos como un sueño» (Job 20:8). Somos «como un pensamiento» (Salmo 90:9), que resuena en el presente y luego pasa. Dentro de unos años esta generación pasará, y nadie hará mención de nosotros. Nuestro sitio no será reconocido, no más de lo que nosotros recordamos ahora a los que han estado antes (Salmo 103:16).
Cristo dijo de Juan el Bautista: «Él era antorcha que ardía y alumbraba» (Juan 5:35); «él era», pero ahora ya no lo es. No obstante, Cristo puede decir siempre: «Yo Soy la luz y la vida de los hombres» (véase Juan 1:4). El hombre es; pero mire un poco hacia atrás, y él no era; encontrará su origen. Avance un poco hacia adelante y él no será, encontrará su fin. Pero Dios es «el Alfa y la Omega, el principio y el fin, el primero y el último» (Apocalipsis 22:13). ¿Quién puede encontrar el principio y el fin en un Ser así que es el principio y el fin de todas las cosas, sin embargo, no tiene principio ni fin? El alma está encerrada entre la eternidad anterior y la eternidad posterior. Está entre las dos eternidades; sea cual sea el rumbo que tome, no hay salida. Sea cual sea su forma de ver las cosas, ha de extraviarse en una eternidad que la rodea.
Nosotros cambiamos en nuestros días y no somos hoy lo que éramos ayer. Pero «Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos» (Hebreos 13:8). Cada día estamos muriendo, una parte de nuestra vida nos es arrebatada. Dejamos un día más tras nosotros, se ha ido y no se puede recuperar. Aunque nos agrademos en vano por el número de años y la extensión de nuestra vida, la verdad es que estamos perdiendo mucho de nuestro ser y tiempo a medida que éste pasa. Primero, perdemos nuestra infancia, luego perdemos nuestra adultez. Entonces dejamos nuestra vejez atrás también y no hay más nada ante nosotros.
Sin embargo, a medida que Dios mueve todas las cosas, Él permanece inmutable. A pesar de que los días y los años están en continuo flujo y movimiento alrededor de Él y nos arrastran con su fuerza, Él permanece igual para siempre. Incluso la tierra y los cielos que están establecidos con tanta firmeza están envejeciendo, pero Él es el mismo, y «Sus años no se acabarán» (Salmo 102:26-27). Él es el principio sin principio; el final sin final: no hay pasado para Él, ni futuro por venir. Él es todo, antes de todo, después de todo, y en todo. Él contempla todos los cambios de las criaturas desde la eternidad. No hay cambio alguno en Su conocimiento, como sí lo hay en el nuestro (Hechos 15:18). Él puede anunciar el final antes del principio; porque Él conoce el final de todas las cosas, antes de darles comienzo. Él jamás se ve obligado a hacer consultas en cualquier emergencia, como lo hacen los hombres más sabios, quienes no pueden prever todos los eventos. «Si Él determina una cosa»; lo hizo desde la eternidad y «¿quién lo hará cambiar?» (Job 23:13).
Nuestra Respuesta al Dios Inmutable
La respuesta de Job al conocer a Dios tal como Él es, fue humillarse a sí mismo y arrepentirse (Job 42:5-6). Aquí está el verdadero conocimiento de la majestad de Dios, el cual devela el misterio de la iniquidad que está en de nosotros. Aquí está el conocimiento de Dios ciertamente, el cual reduce todas las cosas aparte de Dios, no sólo en opinión sino en afecto también. Atrae y une nuestra alma a Dios, y la saca de nosotros mismos y de todas las cosas creadas. Esta es una revelación correcta de la pureza y la gloria divina, que cubre la soberbia de toda clase de gloria. El verdadero conocimiento acerca de Dios vacía un alma de sí misma y la humilla para que sea llena de Dios. Aquel que cree que sabe algo, no sabe nada como debería saber.
Esta es la primera evidencia del conocimiento salvífico de Dios. Elimina cualquier base para una confianza vacía, de modo que el alma no puede confiar en sí misma. El propósito de esto es que el alma pueda confiar en Dios y depender de Él en todas las cosas. Con este propósito el Señor se ha llamado a Sí mismo por medio de muchos nombres en las Escrituras, los cuales corresponden a nuestras diversas necesidades y dificultades. Esto es para que Él nos haga saber cuán todo-suficiente es, para que podamos volver nuestros ojos y nuestros corazones hacia Él. Ese fue el propósito de este nombre, YO SOY; para que Moisés tuviera el soporte de su fe (Éxodo 3:14). «YO SOY»; Yo, que doy a todas las cosas su ser, daré el ser a mi promesa. Haré que Faraón escuche y que el pueblo obedezca.
¿Qué puede haber que este nombre de Dios no pueda responder? Es un nombre creador, un nombre que puede hacer surgir todas las cosas desde la nada por medio de una palabra. Si Él es lo que es, entonces puede hacer de nosotros lo que desee. Es un nombre que nos trae consuelo (Isaías 41:12). Si creyéramos esto, cómo nos someteríamos a Su bendita voluntad. Si creyéramos esto, ¿no haríamos de Él nuestra morada? ¿No estaríamos seguros de nuestra propia estabilidad y de la estabilidad de Su iglesia debido a Su inmutable eternidad? (Salmo 89:1; Salmo 102:27-28). ¿Cómo podemos pensar en tal Fuente-Ser sin reconocer que somos sombras de Su bondad? Le debemos a Él lo que somos, y por eso debemos consagrarnos a Su gloria. ¿Cómo podemos contemplar a tal Ser auto-existente, independiente y creador de bondad sin el deseo de aferrarnos a Él y poner nuestra confianza en Él? Esto es conocerlo a Él.
Nosotros Mismos Comparados con el Dios Inmutable
Cuando pensemos en Su inmutabilidad, consideremos nuestra propia vanidad. Nuestra gloria y perfección es como una flor de verano, o como un vapor que asciende por un poco de tiempo, nuestro mejor estado es enteramente vanidad. Nuestros planes son quebrantados rápidamente y no tienen efecto, nuestras resoluciones cambian. Esto es la mortalidad, no siempre somos los mismos. Ser una cosa ahora y otra después es una característica del hombre pecador y miserable. Por lo tanto, dejemos de considerar al hombre «cuyo aliento está en su nariz» (Isaías 2:22). No confiemos en los príncipes [gobernantes] ya que éstos morirán, y mucho menos en nosotros mismos, que somos menos que el más pequeño de los hombres (Salmo 146:3). Pongamos nuestra confianza en Dios que no cambia y no seremos consumidos (Malaquías 3:6).
Nunca seremos avergonzados en cualquier esperanza que tengamos en Él. Sin duda alguna, no existe nada ni nadie en quien confiemos que no nos decepcione. Cualquier cosa que usted haya escuchado o conocido acerca de Dios es vana y vacía, a menos que descienda al corazón para darle forma con un temor y un amor hacia Él. Debe extenderse a las acciones externas y amoldarse a la obediencia. Por otra parte, cuando usted «conoce a Dios» y «no le glorifica como a Dios», ese conocimiento será peor para usted que la ignorancia. Esto sólo le endurecerá a usted y finalmente será su solemne acusador y testigo (Romanos 1:21-24). El verdadero conocimiento de Jesucristo nunca es infructuoso. Las cosas que brotan de su raíz son la humildad, la confianza en Dios, la paciencia en las tribulaciones, la mansedumbre en las provocaciones, la templanza y la sobriedad en las cosas lícitas (2 Pedro 1:5-8).
Conclusión
Es una fuente de asombro y consuelo contemplar a un Dios cuyo ser, planes y promesas nunca cambian. Esto debería conducirnos a Dios una y otra vez. Él puede mantener nuestros corazones firmes. Independientemente de lo que sea (persona o cosa) que cambie, procuremos tener una devoción, una obediencia y un amor inquebrantables hacia Él por medio de Su gracia.