¿Qué es la Reforma Personal?

No escasean las personas que ofrecen transformación personal y trucos para mejorar la vida. Todo se trata del poder del pensamiento positivo, la planificación y la confianza en uno mismo. Es fácil y simple, ofreciendo un cambio instantáneo y sin esfuerzo con unos pocos retoques. La reforma personal es completamente diferente. Se basa toda en la gracia, no en la autoayuda. No se disfraza como una solución rápida en unos pocos y sencillos pasos; es extensa y dura toda la vida. Es ser transformado por la renovación de nuestra mente y hacer la voluntad perfecta de Dios en la práctica (Romanos 12:2). Esto incluye aplicar todo lo que Dios requiere a nuestros corazones, vidas y familias.

La reforma personal es ciertamente extensa; se aplica a nuestro corazón y a nuestra conducta externa. Tiene que ver con todo en nuestras vidas en todo momento, en todas nuestras interacciones con los demás. Implica buscar a Dios y Su gloria en todas las cosas (1 Crónicas 22:19; 2 Crónicas 20:3). Es espiritual, una preocupación por el celo ferviente y el poder genuino de la piedad en el corazón y en la vida, no sólo una profesión formal externa.

La reforma personal fue enfatizada firmemente durante la Segunda Reforma y en los tiempos de la Asamblea de Westminster. Podemos aprender mucho de la preocupación de ellos por ver que la Palabra de Dios influencie nuestras vidas. La Liga y Pacto Solemne (1643) fue crucial para la Asamblea de Westminster y los reinos de Inglaterra y Escocia en ese momento. El clímax de ese voto a Dios tiene mucho que enseñarnos sobre algunos de los temas clave de la reforma personal. Como veremos, llevar a cabo la Liga Solemne no fue simplemente hacer un juramento, sino comprometerse con la reforma personal y la santidad todos los días.

El Arrepentimiento

El Pacto habla de «nuestro deseo no fingido de ser humildes ante nuestros propios pecados, y ante los pecados de estos reinos». Hay una confesión sincera de pecado en la reforma personal (1 Juan 1:9). Cuando examinamos la Escritura y la comparamos con nuestras propias vidas, debe dejar una huella permanente y debe hacernos querer cambiar (Santiago 1:21-25). Nos llevará a humillarnos ante Dios (Salmo 38:3-4; Joel 2:12-13). Tendremos conciencia de que nuestros corazones engañosos, naturalmente no quieren identificar y exponer el pecado (Jeremías 17:9; Salmo 19:12-13). Querremos ser humillados por nuestros propios pecados particularmente, no sólo por el pecado en general.

Habrá una seria preocupación en caso de que seamos endurecidos por el engaño del pecado (Hebreos 3:13). Cuando descubrimos nuestros pecados, queremos apartarnos de ellos (Ezequiel 18:30-31). Los pecados de la sociedad a nuestro alrededor no serán una excusa que nos permita decir que no somos tan malos. Al contrario, seremos humildes por esos pecados y los de la Iglesia profesante. Nos afligiremos por ellos (Ezequiel 9:4). Esto se debe a que no podemos separarnos de ellos; hemos estado involucrados en ellos hasta cierto punto. No es reconfortante saber que los pecados de la nación son sólo versiones peores de lo que está en nuestros propios corazones (Ezequiel 6:11).

Valorando el Beneficio del Evangelio

El Pacto continúa con la mención de algunos de estos pecados personales y nacionales. Uno de ellos es no haber «valorado el inestimable beneficio del Evangelio». Vivimos en una nación y una sociedad que desprecia y desatiende el evangelio (Mateo 11:16-24). Pero, ¿es el evangelio un beneficio invaluable para nosotros o vivimos como si fuera sólo un complemento a una vida cómoda con muchos otros beneficios? ¿Qué significa el evangelio para nosotros a diario? ¿Es la base de toda nuestra confianza? ¿Sentimos que nos hemos mudado de él hacia otras cosas o es como una joya que brilla con nueva hermosura cada vez que la miramos? Apreciar el evangelio de acuerdo a sus invaluables beneficios es obvio si nuestras vidas están moldeadas por él.

Una parte de valorarlo adecuadamente es cuando trabajamos por su «pureza y poder», como lo dice el Pacto. En otras palabras, nos preocupa también su influencia en los demás. Nos alarmamos especialmente cuando es distorsionado o no es proclamado apropiadamente. Sin embargo, no podemos simplemente descansar en la idea de que es declarado de manera pura si no procuramos que haya un verdadero poder espiritual que le acompañe.

Andando Dignamente de Cristo

Valoramos el evangelio y la labor por su pureza y poder cuando no sólo buscamos «recibir a Cristo en nuestros corazones» sino que también nos esforzamos «por andar como es digno de Él en nuestras vidas» (Efesios 4:1-2; Colosenses 1:10). Si no vivimos el evangelio en nuestras actitudes, acciones y palabras, estamos negando efectivamente su poder (Filipenses 1:27). Estamos deshonrando a Cristo como Salvador si no nos esforzamos por andar como es digno de Él (Colosenses 2:16; 1 Tesalonicenses 2:12).

Cuando pensamos que no importa cómo vivamos porque el perdón está disponible libremente, devaluamos el evangelio y convertimos la gracia de Dios en una incitación al pecado (Judas 1:4). Como dijo Edmund Calamy, «pecar contra el evangelio es aún más serio que pecar contra la ley». ¿Cuánto valoramos las preciosas promesas de Dios si no estamos dispuestos a «limpiarnos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios» (2 Corintios 7:1)? Necesitamos despojarnos de todo peso, incluyendo aquellos pecados predominantes que tan fácilmente nos asedian (Hebreos 12:1). Por eso el Pacto dice que estas cosas son «la causa de otros pecados y transgresiones tan abundantes entre nosotros». Los cristianos que no viven como deberían no son sal y luz, y añaden más corrupción al mundo que les rodea, en lugar de refrenarla.

Deseos Sinceros

La reforma personal involucra deseos sinceros y resolución. El pacto habla de «nuestro verdadero y no fingido propósito, deseo y esfuerzo». A menos que queramos reformarnos y planifiquemos una reforma, esto no sucederá. El peligro es hacer promesas y resoluciones pero luego no cumplirlas. Tenemos que actuar de acuerdo a nuestro propósito sincero. No habrá perfección, pero debe haber intentos sinceros, a pesar de que estos no alcancen lo que deseamos. Edmund Calamy dice que es como disparar una flecha, si una no da en el blanco, corta otra y luego otra hasta que tengas éxito.

Todo en la vida

Esta reforma es «para nosotros mismos y para todos los demás bajo nuestro poder y cargo». No sólo debemos preocuparnos por nosotros mismos, sino por que otros de los cuales somos responsables también se reformen. La reforma personal no significa que pensemos que solamente nuestra reforma individual es importante. La reforma personal no es sólo un asunto privado, sino que debe ser «tanto en público como en privado, en todas las tareas que le debemos a Dios y al hombre». Debe afectar nuestro trabajo, nuestra vida familiar y todos nuestros tratos con los demás, así como lo hace con nuestro deber hacia Dios.

Cambiando la Manera en que Vivimos

La reforma personal significa cambio y transformación. Querremos «enmendar nuestras vidas» como dice el Pacto. Habrá cosas que necesitamos empezar a hacer y cosas que necesitamos dejar de hacer de acuerdo a la Palabra de Dios. Si sólo se trata de leer libros y discutir asuntos cristianos y no queremos ir más allá de eso, entonces no es una reforma.

Reformar tanto como sea posible

El Pacto tiene una expresión muy llamativa: «cada uno» debe «ir delante del otro como ejemplo de una verdadera reforma». Debemos ser un ejemplo el uno para el otro. Debemos aferrarnos a cualquier reforma que hayamos logrado y tratar de ir más lejos (Filipenses 3:15-16). Debemos tratar de animar a otros también a ir más allá en esto, y ser un ejemplo para ellos (Filipenses 3:17). Como dijo Herbert Palmer, no debemos esperar por los demás «sino esforzarnos por sobresalir ante los demás» casi como para superarlos. Debemos ser «modelos para los demás, y luces que orienten y entusiasmen a los demás a seguirnos».

Dependa de la Ayuda del Espíritu Santo

No podemos comprometernos en una reforma personal solos o con nuestras propias fuerzas. Debemos suplicar humildemente «al Señor que nos fortalezca por medio de Su Espíritu Santo para este fin». Edmund Calamy advirtió a los que juraron a la Liga y Pacto Solemne:

«No debes asumirlo con tu propia fuerza, sino con la fuerza de Dios. Así como es asumido en la presencia de Dios, también debe ser asumido con la ayuda de Dios, con el menosprecio de uno mismo, con abnegación y con corazones humildes; debe ser asumido gozosa y temblorosamente; regocijándose en Dios y en Su fuerza, y sin embargo, temblando de miedo por la indignidad propia y la falta de constancia en el Pacto».

Además de la oración por tal fortaleza, también debemos procurar una bendición sobre nuestros esfuerzos de reforma personal. La oración privada y el tiempo dedicado a la meditación de la Palabra es un aspecto esencial en esto. Como lo expresó la Iglesia Escocesa en tiempos de la Segunda Reforma:

«Es muy necesario, que cada uno por separado y por sí mismo se entregue a la oración y a la meditación, el indescriptible beneficio [de esto] es mejor conocido por aquellos que se ejercitan [en ello]».

Esto se debe a que son grandiosos medios especiales por medio de los cuales la comunión con Dios se mantiene y progresa. También nos prepara de manera correcta para todos los demás deberes espirituales.

Una Reforma más Amplia

Aquellos que redactaron el Pacto creían que si los cristianos se reformaban personalmente tendrían una tremenda influencia en la Iglesia de Jesucristo y en la nación como un todo. La reforma nacional y personal, predicaba Humphrey Chambers, «deben ir siempre de la mano». ¿Cómo serían las cosas si una pequeña cantidad de cristianos vivieran como deberían?

Conclusión

Debemos anhelar que nuestras conciencias y conductas den un testimonio claro de reforma personal en nuestra propia experiencia. Los hombres de la Segunda Reforma se preocupaban tanto de esto que dedicaban días a la oración y al ayuno pidiendo la ayuda de Dios para la reforma, incluso a nivel personal. En uno de ellos, un creyente ordinario llamado Ralph Josselin escribió en su diario: «Oh Señor, nunca ha habido una necesidad mayor de reforma personal que ahora; avívame para hacerla». Ese espíritu es exactamente el que necesitamos ahora también.

Second Reformation Author: Westminster Assembly

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