Muchos cometen el error de pensar que la mejor predicación es aquella que es más elocuente o más competente. Los «catadores de sermones» pueden ir más lejos y discernir los elementos que ellos consideran lo hacen ser un sermón excepcional. Sin embargo, nosotros necesitamos una predicación que tenga un impacto duradero en nuestras vidas. Tal predicación será espiritualmente edificante. Debe ser sólida y llena de sustancia, pero también práctica. Edificar significa fortalecer la fe, la piedad y la madurez espiritual. Pero, ¿cómo sabemos si un sermón hace esto?
James Durham creía que la edificación era la clave para una predicación verdaderamente bíblica. De hecho, habló de ella como la clave del ministerio y de todo lo que acontece en la Iglesia. Un sermón sobre Efesios 4:11-12 (descubierto recientemente en un manuscrito) enfatiza estos puntos. Debemos procurar abundar en los dones para la edificación de la iglesia (1 Corintios 14:12). Durham dice que necesitamos apuntar principalmente a la edificación del cuerpo de Cristo.
En cada sermón, en cada ejercicio de disciplina, en cada reunión juntos, en cada palabra que hablemos en nuestra reunión, en cada paso de nuestra conducta, procuremos edificar.
Durham muestra cómo Pablo identifica una falla entre los Corintios en el versículo citado arriba. Estaban absortos en dones tales como quién podía predicar y orar mejor. La exhortación de Pablo es que deben concentrar todos sus dones con el propósito de edificar. Deben «tenerlos a la vista para el bien del pueblo de Dios». Esto es cierto para todos los cristianos, pero especialmente para los ministros.
La predicación incluye un don de «expresar y traer a la luz, para la edificación de los demás» lo que los ministros han obtenido de la Palabra de Dios a través de la ayuda del Espíritu. Durham nos da varias reglas que nos ayudan a discernir si el contenido de un sermón es edificante. Lo que sigue es una especie de paráfrasis sobre estos puntos en un lenguaje actualizado.
1. La Predicación Edifica Cuando Más Exalta a Cristo
La predicación edifica cuando nos acerca a Jesucristo, poder de Dios y sabiduría de Dios (2 Corintios 1:24). La predicación edificante encomienda a Cristo al corazón del oyente. Los lleva a enamorarse de Él y de lo esencial del evangelio, los cuales son el fundamento de la religión y de la piedad. Otras verdades que no se aproximan al fundamento están un poco más allá del texto, o al menos de la consideración principal del trabajo de un ministro. Cuando se someten a prueba, se puede constatar que son heno y hojarasca que no sobrevivirán al fuego (ver 1 Corintios 3:10-15). [Durham se está refiriendo al trabajo de predicación del ministro que fue quemado porque enfatizaba principalmente verdades menos fundamentales y por lo tanto eran menos edificantes].
2. La Predicación Edifica Cuando Más Promueve la Santidad
Pablo instruye a Tito a «insistir con firmeza, para que los que creen en Dios procuren ocuparse en buenas obras. Estas cosas son buenas y útiles a los hombres» (Tito 3:8). Pablo dice que esto es lo opuesto a las discusiones contenciosas sobre la ley que eran inútiles y vanas. Pero la doctrina de la santidad sirve para mortificar el pecado y nos hace progresar en nuestra conformación a Cristo.
3. La Predicación Edifica Cuando Más Penetra el Corazón y la Conciencia
La enseñanza edificante llega más lejos al corazón y a la conciencia del oyente de una manera escudriñadora, convincente o reconfortante. El apóstol Pablo se refiere a la doctrina encomendada a la conciencia de cada hombre a la vista de Dios (2 Corintios 4:2). Esta enseñanza no sólo pone la Palabra como un pan sobre la mesa, sino que también reparte una porción para cada uno. Tal predicador es aprobado por Dios, un obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la Palabra de verdad (2 Timoteo 2:15). La enseñanza generalizada será insípida si no llega a la conciencia de manera convincente.
4. La Predicación Edifica Cuándo es Más Clara
La enseñanza más clara contra la cual la gente tiene menos prejuicios es la más edificante. Esta es la enseñanza más poderosa y sencilla. El oyente tiene la puerta de su entendimiento abierta a esta, y su conciencia le convence de que tal pecado es pecado y que tal cosa es un deber. No hay ningún prejuicio contra lo que se exhorta. La verdad no se discute y no existe más nada que sus afectos en los cuales trabajar. Esta es la manera más rápida de promover la edificación.
En base a esto, el apóstol quiere más bien atenerse a la doctrina reconocida por todos. Él exhorta a eso a los oyentes y abandona otras cosas que engendran chismes y peleas sobre palabras, las cuales se oponen a la edificación. Es la bondad de Dios para Escocia que «el misterio de la piedad» esté libre de toda controversia (1 Timoteo 3:16). El misterio de la salvación y de la doctrina salvífica se mantiene entre nosotros sin controversia. La práctica del apóstol Pablo confirma todo esto. En su trato con los judíos y demás personas, él plantea que los principios que ellos mismos no controvertieron son los más adecuados para ellos.
Cómo Deberían los Ministros Promover la Edificación
Los ministros deben seguir todos los medios y maneras que puedan promover la edificación del cuerpo. Estos son algunos principios generales que ayudarán a garantizar que se sigan con mayor diligencia y sinceridad.
(1) Dependa Mucho de Cristo.
Debemos depender mucho de nuestro Señor Jesucristo para que nos ayude a continuar. Debemos hacer nuestro trabajo en la fuerza de Aquel que nos ha comisionado, no en la nuestra. No debe ser mediante el poder de los dones humanos, sino «en palabra de verdad, en poder de Dios, con armas de justicia a diestra y a siniestra» (2 Corintios 6:7). Debe ser en la evidencia y demostración del Espíritu (1 Corintios 2:4), confiando más en esto y en la presencia y el Espíritu de Cristo que en lo que hemos recibido. «Si ellos hubieran estado en Mi secreto, habrían hecho oír Mis palabras a Mi pueblo, y lo habrían hecho volver de su mal camino, y de la maldad de sus obras» (Jeremías 23:22). La razón por la que estos profetas no hicieron ningún bien es que se mantuvieron alejados de Dios y se robaron la palabra unos de otros. Se contentaban con recibir la palabra de un profeta para colmar sus predicaciones, pero ignoraban a Dios.
Quizá sea apropiado mencionar a un fiel hombre de Dios hablando de los ministros de su tiempo. Él dijo que eran como siervos que sirviendo a un buen señor habían adquirido una buena reserva propia, pero que estaban tan absortos en el comercio con ella, que ignoraron a su señor. Cuando los ministros dejan de tener en cuenta a Cristo, de depender de Él en el ejercicio de sus dones y gracias, y de hacer avanzar Su obra entregada en sus manos, no pueden prosperar en la edificación de Su pueblo.
(2) Dependencia del Poder de Dios y de Cristo para Tener Éxito.
Los ministros deben procurar abundar en dones para la edificación de la Iglesia (1 Corintios 14:12) y avivar el fuego del don de Dios que está en ellos (2 Timoteo 1:6). Deben ocuparse de «la lectura, la exhortación, y la enseñanza» (1 Timoteo 4:13), y entregarse totalmente a la meditación y la oración (como lo instruyen las siguientes palabras), para que su «aprovechamiento sea manifiesto a todos». Pero descuidar estas cosas revela nuestra desnudez. Por lo tanto, cuando Pablo les pide que procuren abundar en los dones para la edificación de la iglesia, añade: «El que habla en lengua extraña, pida en oración poder interpretarla» (1 Corintios 14:13). Debe haber una lucha con Dios no sólo para que surjan los dones y el contenido, sino también para que podamos beneficiarnos y hacer el bien con ello. Debemos ser más fervientes con Dios, para que las personas puedan obtener algún provecho de lo que se ha hablado, en lugar de obtener algo que les ayude a safarse de la situación.
(3) Los Ministros deben ser Ministros de Justicia en Toda Su Conducta
Los ministros deben ser ministrantes en toda su conducta como ministros de justicia, llevando algo de la autoridad de su Maestro, pero a la vez siendo amables, sobrios, y simpatizando con toda clase de personas que se encuentren bajo su cargo. «No damos a nadie ninguna ocasión de tropiezo, para que nuestro ministerio no sea vituperado; antes bien, nos recomendamos en todo como ministros de Dios» (2 Corintios 6:3-4). Cuando esto se compara con 2 Corintios 6:1 (pasando por alto el paréntesis del versículo 2), Pablo hace que su colaboración con Dios sea un argumento para no recibir la gracia de Dios en vano. En pocas palabras, no es sólo tener un comportamiento del que nadie pueda hacer acusaciones, sino que debemos hablar, predicar, orar, conferir, conversar con los demás, y en todas las cosas conducirnos como ministros de Cristo, y no como los otros hombres. Esto es algo de lo que carecemos mucho. Puede ser que la prudencia, algún orgullo perdido, el egoísmo, o algún propósito carnal con una mezcla de afectos carnales, nos haga hablar, o dejar de hablar, o de actuar en algunos asuntos. Sin embargo, hablar y actuar como para avergonzarse por causa de la obra (1 Tesalonicenses 5:12-13) y como ministros de Cristo, es otra cosa.
Lecturas Adicionales
La mayoría de estos temas son explicados más a fondo en el folleto Penetrating Predaching (La Predicación Penetrante) de James Durham, publicado por la Fundación. Este puede ser adquirido en nuestra tienda en línea o en otros minoristas. El texto anterior ha sido adaptado de un sermón transcrito por la editorial Naphtali Press. Durham predicó este sermón sobre Efesios 4:11-12 ante el Sínodo de Glasgow, el 5 de octubre de 1652. El manuscrito fue descubierto recientemente en una biblioteca de los Estados Unidos. La versión editada aparecerá en La Colección de Sermones de James Durham de la Naphtali Press (2016). La transcripción completa puede ser leída en el Confessional Presbyterian Journal Volume 12 (2016). Estamos muy agradecidos con Naphtali Press por suministrar gentilmente el texto editado. Han desempeñado un papel invaluable en las últimas décadas al reimprimir ediciones de los escritos de James Durham y de otros autores de la Segunda Reforma.