Es una frase que se usa mucho. Sin embargo, cuando usted se detiene a considerarla, es bastante difícil de definir. Por supuesto que Dios está presente en todas partes, pero por lo general nos referimos a una sensación percibida de Su presencia. ¿Es una sensación puramente subjetiva que bordea un sentimiento místico o que está cargada emocionalmente? A veces parece que la gente está hablando de una experiencia o atmósfera en particular. ¿Tenemos que sentir que Dios está allí para saber que Él está allí?
Ciertamente lo que queremos decir con «presencia» es que Dios ejerce Su influencia de un modo que nosotros discernimos. Hugh Binning tiene una definición muy simple de la presencia de Dios. Dice que «la presencia de Dios es Su obrar». Esto es beneficioso porque Dios puede estar presente sin que nos abrumemos con sentimientos de amor, alegría y alabanza. Así lo fue para Job. En su aflicción y angustia decía: «¡Quién me diera el saber dónde hallar a Dios!» (Job 23:3). «He aquí yo iré al oriente, y no lo hallaré; y al occidente, y no lo percibiré». Él sabía que Dios estaba obrando y que lo estaba probando con un propósito santo, pero no podía discernirlo a Él claramente (Job 23:8-10).
El Taller del Espíritu Santo
La presencia de Dios es Su obrar. Su presencia en un alma por medio de Su Espíritu es Su obrar en dicha alma de algún modo especial, lo cual no es común para todos. Es especialmente para aquellos a quienes Él ha escogido. Su morada no es otra cosa que una obra continua, habitual e interminable en un alma hasta que haya conformado todo en su interior a la imagen de Su Hijo.
El alma es el taller al que el Espíritu ha venido a trabajar para moldear en ella la pieza de mayor habilidad de toda la creación. Es el trabajo de restaurar y reparar la obra maestra, que vino al final de la creación por la mano de Dios, y por lo tanto fue la más grandiosa. Con esto quiero decir, la imagen de Dios en justicia y santidad.
Este es el vínculo de unión entre Dios y nosotros. Cristo es el vínculo de unión con Dios, pero el Espíritu es el vínculo de unión con Cristo. Cristo es la paz entre Dios y nosotros haciendo de los dos uno solo. Pero el Espíritu es el enlace entre Cristo y nosotros, mediante el cual Él [Cristo] tiene una participación directa y real en nosotros, y nosotros en Él.
La Morada Mutua
La unión entre Cristo y el alma está ilustrada en la Escritura mediante la más íntima de las relaciones, pues la unión mutua es la más íntima. A menudo se expresa de esta manera para mostrar una relación de intercambio y de unión recíproca con Cristo. El nudo está en ambos lados para hacerla fuerte. Cristo en nosotros y nosotros en Él; Dios morando en nosotros, y nosotros en Él, y ambos por este único Espíritu (1 Juan 4:13). A menudo es mencionada por el Apóstol Juan, quien era el más apto para expresarla como uno de los más poseídos por el amor de Cristo y por la sensación palpable de Su amor (Juan 17:23, 26; 1 Juan 3:24). Así como los nombres de los casados se escriben juntos, así también se escribe este morar.
No es un convivir, sino un residir. No es una sola persona la que reside en la otra, sino un mutuo habitar que equivale a un tipo de intrusión, la presencia más íntima e inmediata que se pueda imaginar. Cristo mora en nuestros corazones por medio de la fe; y nosotros moramos en Cristo por medio del amor (Efesios 3:17, y 1 Juan 4:16). La muerte lo trae al corazón; porque es la aplicación misma de un Salvador a un alma pecadora. La aplicación misma de Su sangre y sufrimientos a la llaga que el pecado hizo en la conciencia herida; sanándola, pacificándola y calmándola.
Un cristiano, al recibir de todo corazón y afectuosamente la oferta del evangelio, trae a Cristo tal y como se ofrece a su casa, y entonces la salvación viene con Él. Por lo tanto, creer es recibir (Juan 1:18). Es la apertura misma del corazón para dejar entrar a un Salvador ofrecido. Cristo, poseyendo así el corazón por medio de la fe, obra por medio del amor. El cristiano mora en amor y en Dios y Dios en él. El amor tiene un valor especial en ello, para transportar el alma fuera de sí misma hacia el Amado (Cantares 4:9). El alma está donde ella ama. Fijar y establecer el corazón en Dios es morar en Él.
El constante y continuo residir de los pensamientos y afectos más importantes serán la plenitud y la riqueza de la gracia en Jesucristo. Así como el Espíritu mora donde Él obra, así el alma mora donde se deleita. El deleite del alma en Dios hace que ella vaya a Él con frecuencia, en deseos y alientos tras Él. Por medio de esto, Dios mora
en el corazón, porque el amor es la apertura de la cavidad más recóndita del corazón a Él. Lleva al Amado a los secretos mismos del alma, a la parte más recóndita del corazón, para que Cristo habite en los afectos del alma.
Es sólo el Espíritu de Cristo dado a nosotros que nos da derecho a Él, y a Él en nosotros. Es el Espíritu obrando en nuestras almas poderosa y continuamente, haciendo de nuestros corazones templos para el ofrecimiento de los sacrificios de oración y alabanza. Él echa fuera a todos los ídolos de estos templos para que sólo Él pueda ser adorado y alabado mediante el servicio amoroso del corazón y los purifique de toda la inmundicia de la carne y del espíritu. Es el Espíritu que mora en ellos de esta manera el que los hace miembros vivos del verdadero cuerpo de Cristo, unidos a Cristo la Cabeza. Esto lo hace a Él suyo y a usted de Él; en virtud de esto Él puede mandarle como Suyo propio, y usted puede hacer uso de Él y emplearle como suyo propio.
Conclusión
La presencia especial de la gracia de Dios es más que un simple sentimiento, aunque los sentimientos están involucrados. Podemos discernir la presencia de Dios por Su actividad en nuestros corazones y vidas. Su gracia en nuestros corazones y vidas está incitada a la actividad. James Durham observa que, «los creyentes, que se proponen seriamente ejercer la gracia en sí mismos, pueden invitar con confianza a Cristo a venir, y pueden esperar Su presencia».
Cuanto más nos sirvamos del Espíritu Santo a través de la oración, la sumisión y la obediencia a la Palabra de Dios, al amor a Cristo, tanto más conoceremos esa presencia. Eso nos humillará. Un sentido permanente de esa presencia es valorar a Cristo y depender de la fuerza y la gracia que Él provee. La presencia de Cristo nos hace espiritualmente fructíferos y útiles. A veces hay una sensación de distancia en vez de presencia, mas en este caso deberíamos animarnos a buscar la comunión que deseamos. «No hay nada que afecte más a un alma agraciada, que perder la presencia de Cristo, cuando la desilusión ha sido provocada por su propio pecado» (James Durham). Como también lo señala Durham, una alta estima de Cristo nos hará perseguir Su presencia «porque para aquellos que así le aman y estiman, Él se manifestará a Sí Mismo (Juan 14:21, 23)». Necesitamos esto en la búsqueda de adorar a Dios en público y en privado. Como dice Durham: «una cosa es tener las ordenanzas puras establecidas en la Iglesia, y otra es tener la presencia de Cristo llenándolas de poder». Quisiéramos la presencia de Cristo para los demás, así como para nosotros mismos.