El perfeccionismo está arruinando una generación. En un mundo que valora al máximo el rendimiento, el estatus y la imagen, cualquier cosa que esté por debajo de la perfección es un fracaso. El perfeccionismo ha ido aumentando a lo largo de las generaciones y es una epidemia que golpea con más fuerza a los millennials. Un reciente estudio realizado por psicólogos adelanta esta conclusión. «Esta es una cultura que se aprovecha de las inseguridades y amplifica las imperfecciones, impulsando a los jóvenes a centrarse en sus deficiencias personales», señalan ellos. Su definición de perfeccionismo es «un deseo irracional por lo impecable». Esta enorme presión entre sus pares puede llevar a la depresión y al suicidio. Al tratar de perfeccionar el ser imperfecto, los millennials se centran en las cosas equivocadas de la manera equivocada. Se centran en la imagen y el éxito más que en las preocupaciones espirituales y morales. No tienen lugar para la gracia, sólo para el mérito. Esto nos lleva a preguntarnos: ¿cómo nos esforzamos por alcanzar la verdadera perfección al mismo tiempo que resistimos al perfeccionismo?
En cierto sentido, la perfección es una meta en la vida cristiana (Mateo 5:48; 2 Corintios 7:1; 1 Pedro 1:15). Pero la gracia nos enseña que Dios está trabajando con los imperfectos para llevarlos a la perfección final en la eternidad (Efesios 5:26-27). La gracia no desprecia la perfección, pero tampoco la adora ni espera alcanzarla con nuestras propias fuerzas. Pablo expresa esto de una manera muy útil. «No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo» (Filipenses 3:12). Aunque Pablo deja claro que no es «perfecto» y que no ha logrado lo que desea, aún así persevera.
Pablo es consciente de sus propios defectos. No ha alcanzado el conocimiento de Cristo y el progreso en la gracia que desea. No tiene la conformidad con Cristo que persigue. Pero él continúa esforzándose por alcanzar nada menos que la perfección en esto, aunque eso está más allá de esta vida. Aquellos que (como Pablo) han alcanzado más que cualquier otro, todavía se quedan cortos. Como señala James Fergusson, ser consciente y reconocer nuestra imperfección nos mantiene humildes. Nos impulsa a aspirar un mayor crecimiento. Pablo enfatiza esto en el contexto de los falsos apóstoles que buscaban la perfección a través de la circuncisión y la conformidad con la ley ceremonial. Pablo descarta eso pero también muestra cómo todavía no ha llegado a la perfección en esto de las cosas de Cristo, se está esforzando por lograrlo. El siguiente es un extracto actualizado de los comentarios de James Fergusson sobre Filipenses 3:12.
1. Siempre Estaremos Esforzándonos por Alcanzar la Perfección
Aquellos quienes han progresado grandemente en el conocimiento de Cristo y en la conformación a Él, están muy lejos de lo que deberían ser. Así fue con Pablo. «No que lo haya alcanzado ya», dice él.
2. Debemos estar Conscientes de Nuestra Imperfección
Los creyentes deben estar conscientes de esta imperfección y también reconocerla de vez en cuando. Esto puede mantenerlos humildes y conducirlos a aspirar a un mayor crecimiento. También desearán que otros puedan ser preservados de errores peligrosos concernientes a ellos o de una alta estima de sí mismos. Esto es lo que hace Pablo cuando dice: «No que lo haya alcanzado ya».
3. Nuestra Imperfección Debe Alentarnos No Desalentarnos
Nos concientizamos en forma correcta, de que no somos lo que deberíamos ser cuando no nos desalentamos por esto. Por el contrario, ello debería incitarnos a avanzar más rápidamente hacia la meta. Por eso, Pablo dice: «sino que prosigo».
4. Debemos Esforzarnos por la Perfección Aunque no sea Alcanzable en Esta Vida
Aunque la perfección en santidad no es alcanzable en esta vida, no debemos aspirar a menos. Pablo proseguía para poder echar mano de aquella perfección que aún le faltaba.
5. Esforzarse por Alcanzar la Perfección es Nuestra Amable Respuesta a Cristo
Cualquier iniciativa hacia lo que es espiritualmente bueno viene enteramente de Jesucristo. Su gracia se apodera primero de nosotros en nuestro llamamiento eficaz. Nos infundió los principios de una nueva vida cuando estábamos muertos en delitos y pecados (Efesios 2:1). De este modo, somos creados para esforzarnos en el camino de la santidad. Por lo tanto, Pablo primero es asido por Cristo y luego prosigue para asir. «Prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús».