No es difícil decir o escribir las palabras «Amo a Jesús». Muchos lo hacen en sus perfiles o publicaciones en las redes sociales. Nos informan que aman a Jesús, y también muchas otras cosas. La afirmación parece no tener otro contexto más que la idea que estas personas tienen de Cristo y los términos en los que desean amarle. Puede significar respeto y fuerte interés, o incluso seguir, adorar y obedecer. Estas son palabras, sin embargo, que nunca pueden ser usadas casualmente por aquellos que han llegado a entender la plena medida y maravilla de estar unidos salvíficamente a Cristo. De hecho, no hay mayor reivindicación. Podemos probar la sinceridad de tales afirmaciones a Cristo mismo, a nosotros mismos y a los demás de varias maneras. Una de las más claras está en nuestra actitud hacia el pecado. El grado de nuestro amor a Cristo puede ser medido por el grado de nuestro odio al pecado.
A menudo se ha dicho que el creyente no debería amar el pecado más de lo que una esposa debería amar al asesino de su marido o al arma homicida. El aguijón de la muerte es el pecado y los pecados de los creyentes fueron el aguijón en la muerte de Cristo. La cruz nos muestra lo que es el pecado y lo que éste merece, también nos muestra el amor de Cristo en su mayor extensión y nos provee las más grandes razones para amar a Cristo. ¿Cuánto valoramos realmente a Cristo y Sus sufrimientos en la cruz si somos indiferentes con el pecado?
James Durham se enfocó en estos temas al predicar 72 sermones sobre Isaías 53. Éstos constituyen un volumen extenso, pero son un tesoro escondido de la esencia del evangelio del Cristo crucificado considerado desde muchas perspectivas diferentes. Al exponer Isaías 53:4, Durham nota la infravaloración de Cristo en las palabras «nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido». El pecado de no amar y valorar a Cristo empeoró aún más al despreciarlo cuando Su mayor amor fue derramado en la cruz. Aunque Cristo hizo esto, Durham dice, nosotros abusamos de ello y lo convertimos en la manifestación de nuestra mayor maldad. No hay nada que le dé al pecado un tinte más profundo que aquello que está en contra de la gracia y del amor condescendiente, en contra de Cristo cuando sufría por nosotros, y se nos ofrecía. Eso hace que el pecado sea sumamente pecaminoso y abominable. Es una cosa terrible despreciar a Cristo crucificado (el único remedio para el pecado), ofrecido a nosotros en la predicación del evangelio.
Los Pecados Contra Cristo Tienen Mayor Culpa
Esto añade mayor culpa a los pecados de los creyentes. Lo «menospreciamos, y no lo estimamos». Es cierto que, en algunos aspectos, los pecados de los creyentes no son tan grandes como los pecados de los demás. No se cometen tan deliberadamente y con tanta fuerza de deseo bajo el dominio del pecado como los demás. Pero en otro aspecto son mayores que los pecados de los demás, porque se cometen contra la gracia especial y el amor recibido. Cuando el creyente confiesa que ha devuelto el amor de Cristo de esta manera, eso lo afligirá más que cualquier otra cosa si es verdaderamente sensible.
Los Pecados Contra Cristo Deberían Afligirnos Más
El creyente que es más sensible en este aspecto está mejor asegurado de su derecho a Cristo y a Su expiación. Serán muy sensibles acerca de su enemistad y abominable culpabilidad por despreciar y ofender a Jesucristo. El profeta Isaías se incluye a sí mismo como uno de los sanados por las heridas de Cristo. Acepta su culpabilidad, «lo despreciamos y rechazamos, no lo estimamos, lo juzgamos herido de Dios».
Si somos verdaderamente de Cristo, nuestro corazón será tierno y cualquier mal hecho a Cristo nos afectará de una manera más rápida y profunda. Estimamos a Cristo y tenemos una santa simpatía con Él en todo lo que concierne a Su gloria. Los miembros del cuerpo tienen una sensación de compañerismo con la cabeza. Suponga que un hombre en un ataque de locura se golpeara e hiriera su cabeza, o le hiciera daño a su esposa, a su padre o a su hermano. Cuando el ataque de locura haya terminado, él estará más afligido por ese mal, que sí se le hubiera hecho a cualquier otro miembro de su cuerpo, o a otras personas con las que no tuviera relación o que no la tuvieran tan estrecha.
Hay algo de esto en Zacarías 12:10, «y me mirarán a mí, a quien han traspasado, y se lamentarán por Él», como por un hijo único. Es como si él hubiera dicho, los golpes que le han dado a la cabeza luego serán muy fuertes y dolorosos para ellos. En sus sentimientos las heridas sangrarán de nuevo. No consideraban mucho acerca de herirlo y traspasarlo de esta manera antes. Sin embargo, cuando llegan a creer en Él, se ven profundamente afectados por los agravios cometidos contra Él.
Los agravios del creyente en contra de Cristo son los que más remorderán su conciencia. Si los agravios han sido cometidos por otros, le duelen; pero si han sido cometidos por él mismo, en cierta forma lo desmayan. La integridad de corazón, bajo el agravio a Cristo, es una evidencia muy grande de que hay poca o ninguna base para la satisfacción; pero es muy bondadosa, cuando los agravios hechos a Cristo afectan a la mayoría.
Los Pecados Contra Cristo Deben ser Nuestra Mayor Carga
Debemos cargarnos cuando seamos condenados por pecar contra la ley. Sin embargo, los pecados contra Cristo y la gracia ofrecida en el evangelio deben convertirse en la mayor carga.
Los Pecados Contra Cristo son la Peor Cosa Posible
Cuando el hombre se confronta con su enemistad secreta contra Cristo, y de cómo ésta aumenta la culpabilidad de sus pecados, él nunca podrá ser demasiado vil a sus propios ojos. Tiene una santa indignación consigo mismo. Al igual que Pablo, se considera a sí mismo el principal de los pecadores. Aunque el mal fue hecho en la ignorancia, es mucho mayor si ha sido en contra del conocimiento. Tales almas amontonan las maneras en que su culpabilidad aumenta por las ofensas hechas a Cristo. No pueden conseguir expresiones adecuadas para condenarla (a la culpabilidad) adecuadamente. Es una mala señal si estamos cómodamente satisfechos en nuestras convicciones de culpabilidad por el pecado. Hay muchos que no admitirán ninguna convicción por agraviar a Cristo. Vea cómo el profeta insiste en el pecado de despreciar a Cristo aquí, en los versículos anteriores, en éstos y en las siguientes palabras. No puede dejar a un lado los pensamientos respecto a esto, como tampoco puede dejar a un lado los pensamientos respecto a los sufrimientos de Cristo.
Durham acerca de Isaías 53
Este volumen de sermones ha sido recientemente reeditado como Los Sermones Recopilados de James Durham: Cristo Crucificado: o, La Médula del Evangelio en 72 sermones acerca de Isaías 53 (Collected Sermons of James Durham: Christ Crucified: or, The Marrow of the Gospel in 72 Sermons on Isaiah 53). En 840 páginas, los sermones sobre Isaías 53 presentan uno de los mejores comentarios jamás escritos acerca de la persona de Cristo y Su obra de redención. Spurgeon, quien escribió en su ejemplar personal de esta obra las palabras «muy apreciados», dice de estos sermones: «Esto sí que es la médula. No necesitamos decir más: Durham es un príncipe entre los expositores espirituales». El director John Macleod dijo: «Él despliega allí la verdad del sacrificio y la intercesión de nuestro Señor… los deberes de los predicadores y oyentes del evangelio, junto con los diversos ejercicios del corazón y del alma a los que la verdad del evangelio es capaz de estimular».
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