¿Estamos Malinterpretando la Santidad?

Podemos tener la doctrina correcta de la santidad; una que se lo tome tan en serio como lo hace la Escritura. Pero en cuanto a su funcionamiento práctico y a nuestras suposiciones al respecto, podemos haberla malinterpretado. No cabe duda de que existen muchas maneras en las cuales podríamos hacer esto. Es posible caer en el error de que podemos aportar algo, de que hay un espacio para nuestro mérito personal. O quizás divorciamos sutilmente la santidad de la felicidad y nos encontramos en un constante conflicto entre las dos. Este es un grave error porque la santidad es el único camino hacia la verdadera felicidad. Si secretamente equiparamos la felicidad con el placer pecaminoso, o nuestra propia voluntad con la de Dios, nos hemos equivocado gravemente. Tan sólo podemos ver algunas maneras en las cuales podemos inclinarnos a malinterpretar la santidad.

James Fraser de Brea se examina a sí mismo con honestidad, indagando en sus motivos y actitudes. El descubrimiento es sorprendente, aunque valora la santidad, tiene ciertas actitudes que obstaculizan su progreso. El Maligno infunde falsas nociones que confunden y desvían. Las siguientes son sólo algunas de las muchas cosas que Fraser identifica. Por supuesto, la gracia gratuita inmerecida debe estar siempre en perspectiva.

1. Creer que el Arrepentimiento es Sólo Interior

Creyendo que la esencia del verdadero arrepentimiento consiste en contrición por el pecado más que en apartarse de él de corazón y ponerlo en práctica. Cuando no me he hallado en un espíritu de luto y tristeza, sino limitado a mis afectos, no me he alejado del pecado. Todavía estaba absorto con tratar de afligirme por él, pensando que no había verdadero arrepentimiento sin esto. Cuando estaba afligido dependía de esto, pensando que era suficiente. Pero el arrepentimiento consiste mayormente en volverse a Dios, el duelo es sólo la manera de este acto de volverse a Él (Joel 2:12; Isaías 58:6; Proverbios 21:3).

He descuidado la práctica externa del arrepentimiento bajo el pretexto de que el Señor requiere el corazón. Sin embargo, debemos servir al Señor tanto en cuerpo como en espíritu. Es verdad, no debemos descansar en lo externo, o principalmente mirar a eso, sino que debemos mirar al corazón en su mayor parte; aún así, el acto externo no debe ser descuidado.

2. Revolcarse en la Autocompasión

Después de caídas y deslices, Satanás ha tratado de mantenerme atónito y confundido por lo que he hecho. De este modo se me impedía levantarme y seguir adelante. Aquellos que se caen cuando están corriendo en una carrera pierden mucho tiempo, y se quedan rezagados mientras piensan qué hacer. La mejor manera es levantarnos, reflexionar sobre nuestros pasos, lamentarnos, pedir perdón y luego volver al trabajo. Así fue con Josué, Dios le dijo que se levantara y hiciera su trabajo en lugar de quedarse postrado sobre su rostro (Josué 7:10). Cuando David pecó, inmediatamente se arrepintió: «He pecado, aún así, Señor, perdóname.»

3. Enfatizar la Santidad Pero no Practicarla

Es un error descuidar la obediencia dependiendo de la gracia, al descansar en la resolución de llevarla a cabo y en el mero pensamiento de lo buena que es. Ya sea que creyera que eso era suficiente o que por la complacencia no esperaba dificultades en la práctica. Sin embargo, aquellos que conocen, aprueban y enseñan las exigencias de Dios a otros mientras ellos mismos las descuidan, «dicen y no hacen» (Romanos 2:13-14, 18; Mateo 7:21; Jeremías 2:19-20). Así que mis pensamientos deleitándose en la obediencia no han sido tantos para ponerla en práctica como para deleitar el entendimiento al meditar en tales temas.

4. Cambiarle el Nombre al Pecado

Satanás puede transformarse en un ángel de luz, al bañar en oro los vicios con el brillo y la apariencia de la virtud, bajo pretextos espirituales. He sido tentado al descuido y al exceso, bajo el pretexto de evitar la ingratitud y de no usar la libertad cristiana. He descuidado que el corazón sea debidamente afectado por la maldad del pecado, porque el arrepentimiento consiste más en apartarse del pecado que en afligirse por él. He evitado la oración cuando no he tenido el espíritu correcto, por si acaso yo mismo hiciera del yugo fácil de Cristo una carga gravosa. El pecado ha prevalecido en todas estas formas y una vez que ha vencido se presenta con su propia vestimenta. La gracia de Dios puede convertirse en lascivia (2 Corintios 11:14; Romanos 6:1). Hemos sido «llamados a libertad» pero no debemos usar ésta para dar oportunidad a la carne (Gálatas 5:13).

5. Tener un Espíritu Legalista

No hay nada que me haga más daño que un espíritu legalista o un espíritu de esclavitud. Satanás ejerce presión sobre los deberes de una manera violenta, presentando a Dios como un amo duro y un juez austero. Presenta a Dios como alguien que manda y requiere deberes en la manera en que los gobernantes tiránicos hacen las leyes para entrampar a los súbditos. Él hace que parezca como si Dios estuviera instando a deberes difíciles y poniendo vino nuevo en botellas viejas con las más grandes amenazas y sin prometer ayuda. Soy instado a obedecer a toda prisa sin que se me dé tiempo para respirar y se me exige una perfección extrema, de lo contrario no se aceptará en absoluto. Al encontrar que el yugo del Señor es tan difícil, me he despojado de él, o a veces, me he enganchado a él desanimado. Nada me ha influenciado más que esto. Los talentos han sido rechazados porque Dios era visto como un amo duro. El Señor no ha sido servido porque nuestro yugo no se ha hecho ligero. Hay aversión y falta de amor a Dios debido al temor pecaminoso (1 Juan 4:18).

6. Tratar de Establecer Nuestra Propia Justicia

Satanás y mi propio corazón me han retenido durante mucho tiempo en la trampa de procurar establecer mi propia justicia. Cuando mi corazón ha estado en buenas condiciones, con una sensación palpable de lo que me falta y deseando obedecerla, ha resuelto utilizar medios específicos para lograrlo. He descubierto que Satanás me engaña en ello haciéndome amar estos deberes, medios, y gracias, y obteniéndolos porque es el producto de mi propio deseo y resolución. Por lo tanto, han sido mi propia (por así decirlo) elección. He despreciado otros medios porque no fueron mi propia elección. Por eso me he afligido cuando el favor viene de una manera diferente y valoro menos esa misericordia. Cuando he caído en pecado, resuelvo evitarlo, me he afligido más porque mis propósitos han sido quebrantados y mi voluntad frustrada en lugar de porque Dios ha sido agraviado o mi alma puesta

en peligro. Por lo tanto, Dios ha sido provocado para destruir estas resoluciones y derribar la torre que llegó al cielo (Proverbios 19:3; Romanos 10:3; Marcos 14:37; Isaías 10:7; Salmo 58:3).

7. Creer que la Santidad es Cuestión de Penurias

Cuando se ha instado a realizar tareas difíciles tales como el luto, el ayuno, la diligencia, etc. Me han hecho creer que el propósito del mandato era mayormente traer penurias sobre mí. Obedecí más a menudo por esta razón que por obedecer el mandato de Dios. Fue algo así como los paganos que se cortan a sí mismos o los Católicos Romanos que se azotan, y eso me hizo daño. Engendró pensamientos duros acerca de Dios y me hizo cumplir los deberes de un modo no espiritual, sin beneficio para el espíritu, porque sólo procuraba penurias para mí mismo.

8. No Evitar los «Pecados Pequeños»

No he evitado los «pequeños» males, temiendo que estos serían como diezmar «la menta, el eneldo y el comino» (Mateo 23:23).

9. Enfocarse Más en los Pecados Externos que en la Corrupción Interna

Al luchar contra los actos del pecado externo no he estado considerando la corrupción interna del corazón. He estado «limpiando lo de fuera» pero descuidando de limpiar lo de dentro; cortando las ramas, y preservando la raíz (Mateo 23:25-26). No me he beneficiado de la santidad porque la fuente no ha sido limpiada.

10. Dependencia de Nuestra Propia Fuerza

Continuar en mis deberes con mis propias fuerzas sin buscar la ayuda divina, me ha hecho mucho daño. Cuando he caminado confiado en mis propias fuerzas, el Señor me ha amonestado por mi presunción, como lo hizo con Pedro. Cuando los deberes han sido difíciles me he desanimado porque confiaba en mi propia fuerza

Second Reformation Author: James Fraser of Brea

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