Esta pregunta puede sonar un tanto especulativa. Pero no es algo en lo cual la Escritura guarde silencio. Envuelve grandes misterios. Sin embargo, es una pregunta práctica que se relaciona con nuestra propia experiencia y entendimiento de La Escritura. Vivimos en un tiempo en el cual la iniquidad abunda. Necesitamos entender que Dios no es falto de poder ni ha sido derrotado por ella, sino que al contrario Él la encamina para un bien mayor y para Su máxima gloria.
La Biblia no nos da un texto de prueba que resuma la enseñanza sobre esto en un solo lugar. Sin embargo, al comparar diferentes partes de las Escrituras entre sí, podemos entender su enseñanza. La Confesión de Westminster (6:1; véase también el Catecismo Mayor P19) declara que Dios «permite» el pecado, pero que no es un «mero permiso» (5:4). Un «mero permiso» significaría que fue una decisión involuntaria, mientras que le fue posible a Dios no permitirlo.
Es un permiso activo. Él ha «unido a estos con un lazo muy sabio y poderoso, ordenándolos y gobernándolos en una administración múltiple para sus propios fines santos; pero de tal modo que lo pecaminoso procede sólo de la criatura, y no de Dios, quien siendo justísimo y santísimo, no es, ni puede ser, el autor o aprobador del pecado» (5:4 véase también 3:1).
La Confesión ofrece una variedad de textos de prueba que demuestran cómo Dios usa las acciones pecaminosas de los hombres como acciones en Sus propósitos. Sin embargo, Dios no está involucrado en la pecaminosidad de esas acciones. Un claro ejemplo es con relación a la cruz de Cristo. Aquellos que lo crucificaron ciertamente actuaron con perversidad, pero también fue parte del propósito de Dios (Hechos 2:23, Hechos 4: 27-28).
Samuel Rutherford no era de los que huía a preguntas tan desconcertantes. En su Catecismo de hecho da algunas respuestas concisas a varias de esas preguntas.
¿Tiene Dios alguna participación en el pecado?
Dios permite a los hombres pecar. Él también castiga el pecado y lo controla para Su propia gloria. Sin embargo, Él nunca aprueba, ama u ordena el pecado.
Pero, ¿no es Dios el autor del pecado cuando endurece los corazones de los hombres?
De ningún modo. Dios, como gobernante y juez del mundo, deja a los hombres endurecer sus propios corazones. Él castiga pecado por pecado (Salmo 81:11-12, Romanos 1:24, 2 Tesalonicenses 2:11-12) de tal modo que no se le atribuye ninguna culpa a Él.
¿Pero cómo puede Dios ser libre de pecado si Él obra con el pecado?
El Señor puede tocar una serpiente sin que ésta le muerda. Él es cómo un buen pintor que traza líneas negras en una imagen para que el blanco luzca más hermoso. O como el químico que extrae buen aceite de las hierbas venenosas. Un músico que puede tocar sonidos placenteros con un arpa desafinada. Del mismo modo, Dios actúa en una manera completamente santa y justa como juez en el endurecimiento del corazón del hombre.
Razones por las cuales Dios permite el Pecado.
Samuel Rutherford proporciona siete razones de por qué Dios permitió el pecado. Estas fueron plasmadas en un sermón que él predicó ante La Cámara de los Comunes. Están todas basadas en la soberanía y el dar la mayor gloria a Dios. A menudo oímos acerca de una “mayor buena defensa” en relación a la existencia del pecado. La afirmación es que un bien mayor es logrado al permitir el pecado que si no se hubiese permitido. Rutherford nos proporciona una “mayor buena defensa”. El mayor bien logrado es la mayor gloria a Dios.
Si Dios no hubiese permitido el pecado:
- La belleza de la gracia gratuita y la “gracia perdonadora” nunca se habría hecho obvia.
- No habría necesidad de “la misericordia de un Jesús Redentor del alma”.
- No habríamos tenido la ocasión de elevar “un cántico nuevo de alabanza al Redentor”.
- La auto-dependencia humana sería exaltada en lugar de Dios.
- El corazón contrito y humillado no sería requerido para besar a Cristo por la fe, quien venda a los quebrantados de corazón.
- Como pobres eruditos, no tendríamos la máxima dependencia de un tutor de la realeza como Cristo.
- No habría un tan claro despliegue de justicia contra Satanás. Esta es mucho mayor cuando nosotros como mero barro triunfamos sobre los ángeles caídos y el infierno a través de la fuerza de Cristo Jesús.
Anthony Burgess fue uno de los colegas de Rutherford en la Asamblea de Westminster. Él abordó la misma pregunta y similarmente atrajo la atención hacia la mayor gloria a Dios al permitir el pecado. Señala, sin embargo, que a menudo sería mejor preguntarnos por qué el pecado es cometido en lugar de por qué es permitido.
- Para exaltar y magnificar a Cristo. Dios obra el mayor bien (Cristo nuestro Mediador) del pecado. Si no hubiera habido pecado, no habría habido Cristo (es decir, la encarnación, pues el Hijo eterno siempre ha sido y será).
- Para exaltar los atributos de Dios. Su justicia al castigar el pecado, Su gracia y misericordia al perdonar el pecado y Su sabiduría al encaminarlo. Por lo tanto, no debemos quejarnos profanamente la existencia del pecado. Por el contrario, debemos adorar desde el corazón todos los gloriosos atributos de Dios que son exaltados a causa de esto. Así como el pecado ha abundado, también han abundado la gracia y la misericordia de Dios.
- Para obrar por el bien de la persona que lo comete. Como un blasfemo y un perseguidor, Pablo fue el principal pecador de todos. Él fue, por lo tanto, más humilde que todos.
- Para glorificar la gracia en lo piadoso. Los opuestos se ilustran entre sí. En la retórica hay un recurso llamado antítesis que sirve para agregar mayor belleza. De la misma manera, Agustín dice que hay una elocuencia en las cosas cuando el bien es alabado por medio del mal. Por lo tanto, la oscura noche declara al día, las sombras en una pintura la adornan, y la pausa o el silencio en el canto hace a la melodía sea más dulce.
- Para demostrar las excelentes gracias en el piadoso. Estas han sido evidentes cuando Dios permite a hombres malvados satisfacer sus intenciones. La paciencia, el celo, y la fuerza de los mártires cristianos fueron vistos a causa de la maldad de los perseguidores de Nerón y Diocleciano. Dios hace que la bondad de los piadosos sea más admirada en contraste con la maldad de los malvados.
Esto debería hacernos adorar tal grandiosa sabiduría y poder en Dios que encamina toda la maldad en el mundo para tan maravilloso bien. El piadoso puede decir que sus pecados, y aún los pecados de los enemigos de la Iglesia han sido pecados “felices”.
Un artesano usa muchos instrumentos doblados y dentados para hacer materiales curiosos y pulidos. Esto es lo que Dios hace con todos los hombres malvados.
Robert Shaw tiene un valioso comentario sobre la Confesión de Westminster llamada La Fe Reformada. En él, discute el tema dando varias explicaciones y calificaciones útiles. Concluye reconociendo nuestras propias limitaciones para penetrar plenamente en tales profundidades. «La explicación completa de este abstracto tema, a fin de eliminar todas las dificultades, sobrepasa las facultades humanas. Estamos seguros de que Dios está interesado en todas las acciones de sus criaturas; estamos igualmente seguros de que Dios no puede ser el autor del pecado; y aquí debemos descansar».
Por último, nuestra tarea no es explicar los caminos inescrutables de Dios o justificarlos. Debemos someternos a Él y darle gloria en todas Sus acciones. «¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos!» «Porque de Él, y por Él, y para Él, son todas las cosas. A Él sea la gloria por los siglos. Amén» (Romanos 11:33 y 36).
Posdata: Una Advertencia
Estos pensamientos no deberían animarnos a tener ningún débil o corto punto de vista sobre la excesiva pecaminosidad del pecado. Es el mayor mal. Su verdadera naturaleza y nuestra propia responsabilidad por él son descritos a continuación en el Catecismo Mayor:
- 152. ¿Qué merece cada pecado a manos de Dios?
- Todo pecado, aun el menor, estando en contra de la soberanía, la bondad y la santidad de Dios y contra su ley justa, merece su ira y maldición, tanto en esta vida como en la venidera; y no puede expiarse sino por la sangre de Cristo.
- 153. ¿Qué es lo que Dios requiere de nosotros para que escapemos de la ira y la maldición que hemos merecido a causa de las trasgresiones de la ley?
- Para que escapemos de la ira y maldición de Dios que hemos merecido a causa de las trasgresiones de la ley, Él requiere de nosotros el arrepentimiento para con Dios y la fe en nuestro Señor Jesucristo y el uso diligente de los medios externos por los que Cristo nos comunica los beneficios de su mediación.