Más de una cuarta parte de los Cristianos en el Reino Unido nunca oran, según una encuesta esta semana. De los que oran: solo el 19% ora diariamente, el 10% casi nunca y el 13% solo en tiempos de crisis. La encuesta fue comisionada por Tear Fund. Tal vez las cifras no sean tan sorprendentes dado que casi la mitad de los que se identifican a sí mismos como Cristianos también dicen que nunca asisten a la Iglesia. Sin embargo, es probable que la oración corra el peligro de ser comprimida hacia los costados de nuestras vidas. ¿Qué es lo que nos hace susceptibles a rebajar la importancia de la oración en la vida cotidiana?
John Brown de Wamphray escribió un libro muy completo sobre la oración. Se publica como Godly Prayer and its Answers (La Oración Piadosa y sus Respuestas). Brown lidia de manera práctica con la naturaleza de la oración, sus dificultades y el cómo debemos buscar respuestas a la oración. Al enfatizar que es un pecado descuidar la oración, da un total de cuarenta razones bíblicas acerca de cuál sea el caso. Él incluso demuestra que aquellos que no han sido regenerados están obligados a orar. También deja inevitablemente claro que nadie puede afirmar ser cristiano si nunca ora.
- Si Somos Hijos de Dios, Oraremos. Su adopción y el ser traídos a la familia de Dios como Sus hijos cercanos, les impone la obligación de clamar a Dios y de orar a Él como su Padre.
- Si Tenemos una Nueva Naturaleza, Oraremos. Su nueva naturaleza inclina sus corazones hacia Dios. Cuando Saulo se convirtió, se arrodilló y se le halló como un hombre que ora (Hechos 9:11). Los nuevos conversos perseveraban en las oraciones (Hechos 2:42).
- Si Somos un Sacerdocio Santo, Oraremos. Los santos son un sacerdocio santo y deben, por oficio, ofrecer sacrificios espirituales (1 Pedro 2:5). La oración es una parte principal de su sacrificio espiritual, junto con las alabanzas (v. 7). Leemos acerca del sacrificio de acción de gracias (Jeremías 33:11) y del sacrificio de alabanza (Salmo 116:17).
- Si No Somos de los Malvados, Oraremos. Esta es la descripción de los malvados que no invocan a Dios (Salmo 5: 2, 4, 14:2, 4, 10, 79:6, Jeremías 10:25, Romanos 3: 9). Y por otro lado, es la descripción de los hijos de Dios que invocan a Dios (1 Corintios 1:2). David dice: «Más yo oraba» (Salmo 109:4), como si se hubiera consagrado por completo a esa obra y deber, y a nada más.
- Si Somos Siervos de Dios, Oraremos. La relación con Dios como Sus siervos acarrea esto consigo (ver Salmo 116:16, 17).
Pero si todo esto es así, ¿por qué los cristianos necesitan tantos avisos y razones para urgirlos a orar? Queremos pensar que los obstáculos a la oración están fuera de nosotros, pero la verdad es que la mayoría están dentro de nosotros.
- El Pecado Preciado
Cuando se cede a algún pecado y no se le resiste, el corazón se vuelve más inadecuado para cualquier obra cristiana. No estamos en el marco correcto para acercarnos a Dios de una manera santa y humilde. Él es un Dios santo y será santificado por todos los que se acerquen a Él. Podemos mantener la forma del deber, pero se realiza superficialmente sin el deleite que el alma tenía previamente. Se convierte en una carga engorrosa que se deja de lado fácilmente [ver Salmos 66:18 y Salmos 32:3].
- La Culpa Paralizante
Cuando la conciencia se despierta después de cometer algún pecado y se nos presenta su terrible culpabilidad, el alma teme acercarse a Dios. La culpa la mira a la cara, y retrocede y no se atreve a acercarse al Dios santo y justo. Satanás puede decir que es en vano buscar al Señor, porque Dios no tiene respeto por el sacrificio de los necios. Él no escuchará a un pecador.
Por lo tanto, no puede haber un acercamiento sincero y alegre hacia Dios, mientras la culpa esté así de cargada, y la sangre de Cristo no sea aplicada mediante la fe para lavar esa iniquidad. El alma tiembla al pensar en acercarse a Dios, no sea que se consuma. El Señor debe abrir la puerta de la gracia, mostrar la libertad del pacto y conducir el alma al manantial abierto para la casa de David y los moradores de Jerusalén por causa del pecado y la inmundicia.
- El Sentido de Indignidad
Puede haber un profundo sentimiento de indignidad y abominación interna de corazón por naturaleza. Esto puede causar que algunos (cuando no están conscientes de la riqueza de la gracia gratuita en el nuevo pacto a través de Jesucristo) tengan miedo. Piensan para sí mismos: «¿Deberé o me atreveré un desgraciado tan vil como yo a abrir mi boca a Dios?». ¿Se atreve alguien así a acercarse a Aquel que es tan limpio de ojos como para poder ver el mal (Habacuc 1:13)? Así, pues, como dijo Pedro en caso similar, «Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador» (Lucas 5:8), por tanto ellos dicen: «No debemos acercarnos a Dios, porque somos hombres pecadores». Aunque este razonamiento es erróneo, con todo, puede prevalecer muchas veces en las almas débiles para mantenerlas fuera de este deber.
- El Sentido de la Distancia Respecto a Dios
Un profundo sentido de la grandeza, santidad, pureza, justicia y gloria de Dios puede tener el mismo efecto.
- Consentir la Negligencia
Cuando en una ocasión u otra ceden ante la negligencia de este deber, su espíritu de oración desaparece. Su negligencia continúa. Más dificultades se interponen en el camino. En última instancia, su negligencia se convierte en indiferencia y en una falta de deleite en el deber. No están dispuestos a ponerse en marcha hasta que el Señor les envíe una alarma para despertarlos. Cuando Pedro y los otros discípulos con Cristo en el jardín descuidaron el deber al primer llamado del Señor, habiendo Él mandado a que velaran y oraran, estos se volvieron aún más incapaces después de nuevos llamados.
- La Formalidad Superficial
Cuando los Cristianos no se preocupan por vigilar su corazón en oración y por guardarse de la formalidad, toda la seriedad se erosiona. Si solo se hace superficialmente, pronto se convierte en una tarea innecesaria. Satanás puede hacer que se convierta rápidamente en una pesada carga si ya es una tarea innecesaria. Cuando el alma juzga que el deber de la oración es una carga, muy fácilmente puede ser inducida a descuidarla por algún tiempo a menos que la conciencia le condene. Mientras más se descuide el deber, el corazón será cada vez más renuente e incapaz para ello.
- La Mentalidad Mundana
La mentalidad mundana es un gran enemigo de la oración y del espíritu de oración. Las preocupaciones del mundo ahogan la palabra para que no pueda crecer en el alma (Mateo 13). La mentalidad mundana elimina la vigilancia — y los espíritus de oración y de vigilia van juntos (Lucas 21:36). Cuando el corazón se ocupa de las cosas de esta vida (Lucas 21:34), el alma no puede velar y orar.
- La Tristeza Excesiva
El duelo y la tristeza excesiva por cualquier razón externa pueden evitar que el alma ore, o por lo menos que lo haga con entusiasmo y alegría. Esta fue la razón por la cual los discípulos no pudieron orar en el jardín, a pesar de la gran urgencia de la situación (Mateo 26:43, Lucas 22:45). Sus ojos estaban cargados de sueño, y estaban durmiendo a causa de la tristeza.
- Desatender los Avisos
El Espíritu es provocado a retirarse cuando no respondemos a Sus impulsos para orar. Cuando Él se retira, la muerte viene a continuación. O se deja de lado el deber o se convierte en una carga insoportable. El apóstol une a estos dos: «Orad sin cesar». Dad gracias en todo… No apaguéis al Espíritu» (1 Tesalonicenses 5:17-19). Si queremos ser guardados en un espíritu de oración, debemos tener cuidado de no apagar al Espíritu.
- La Insatisfacción
Cuando alguien ha estado orando durante un tiempo considerable por alguna misericordia especial u otra, y no halla respuesta (o una respuesta que los satisfaga), la corrupción puede hervir en el corazón. Satanás puede sugerir que es inútil estar orando de esta manera. El alma puede escuchar esto y, desde una actitud descontenta e insatisfecha, decidirse a abandonar la oración (Isaías 43:22).
- Las Falsas Nociones
Los errores concernientes a la oración pueden haber sido absorbidos, por ejemplo, que no estamos obligados a orar excepto cuando estamos conscientes de que el Espíritu nos mueve y nos pone en acción. Por lo tanto, podemos pensar que estamos exentos de este deber. El Señor puede ser provocado a dejar vivir a tales personas durante muchos meses, si no años, sin las gratuitas gracias que ellos desean para semejante deber. Puede haber entonces un largo descuido de este deber seguido por una aversión interna. Cuando en algún momento son movidos al deber, Él puede permitir que sus propios espíritus en vez del Suyo se pongan en acción. Esto nunca engendrará un deleite espiritual en el deber.
- La Pereza Espiritual
Es posible que un espíritu de pereza se apodere de una persona, esta se rinda ante ello y no pueda levantarse para invocar al Señor y afianzarse de Él (Isaías 64:7). Se vuelven cada día más incapaces para el deber y más renuentes en hacerlo. Aquellos de quienes esta pereza espiritual se aprovecha, encuentran que es tedioso y fatigoso hacer lo que por otro lado sería de lo más fácil (Proverbios 26:15).
- La Autosuficiencia
La gente puede depender más de su don en la oración que de Jesús para obtener nuevos influjos y provisión de la gracia. El Señor en Su justicia puede retirar la influencia ordinaria de Su Espíritu y dejar que luchen solos con dicho deber. Al no hallar la ayuda que alguna vez experimentaron, ven que no pueden orar como antes. Esto puede causar pesar interno (no debido a la causa inicial de la retirada) y crear una aversión por el deber de la oración. En consecuencia, con la corrupción actuando en el alma y Satanás usando la situación en su beneficio, la oración puede ser dejada de lado poco a poco. El descontento interno y el orgullo pueden hacer que se muestren reacios a orar porque notan que no pueden dedicarse a ella como antes. Ahora se avergüenzan de orar, especialmente ante los demás.
Conclusión
Si bien todo esto puede parecer bastante negativo, debemos reconocer que la oración puede ser en ocasiones una lucha. Necesitamos identificar las cosas que la dificultan para tratar con ellas. La falta de oración puede perjudicar seriamente su salud espiritual. El libro de Brown es sumamente positivo ya que proporciona muchos estímulos para orar. Él muestra lo alentador que es orar en el nombre de Cristo, y cómo Dios es glorificado en Cristo al responder nuestras oraciones. «Debemos orar siempre y no desmayar» (Lucas 18:1).